viernes, 17 de enero de 2014

Capítulo 6. Yalina-Yak (613 d.M.)

El pueblo de Rivera en la desembocadura más septentrional del Tresdeltas          

El sentimiento de odio y frustración que invadía a Yalina en esos momentos intentaba salir al exterior en forma de lágrimas, no era sino por su fiera determinación que estas no llegaran más que a humedecer sus ojos. Desterrada, la misma palabra le sonaba increíble al pronunciarla. Desterrada ella, después de tanto esfuerzo, de tanto pelear, se veía abandonada a merced de los elementos, sin amigos, sin familia, sin ningún sitio al que ir. Vagaba solitaria por el bosque Siksikan maldiciendo a todo su poblado y en especial a los estúpidos miembros del Círculo, que habían proferido la fatal sentencia.
 Desterrada, no le escucharon al defenderse, prefirieron creer a ese sucio rastrero asesino. De haber sospechado el desenlace su hubiera cuidado de aproximarse a su acusador. Pero ya era tarde y no tenía remedio. En su interior intentaba creer que podría llegar a vengarse, que volvería al cochambroso pueblo de pescadores y pasaría a cuchillo a todos y cada uno de los miembros del círculo y en especial al cerdo de Kapheli. Le acusó, el muy rastrero le acusó delante de todos y lo peor es que ella sabía que lo había asesinado él.
 Todavía no entendía cómo no se había dado cuenta de la auténtica naturaleza del que fuera su instructor y menos aún después de haber compartido su lecho. Evocaba ese día torciendo el gesto de los labios con asco. Pensar que ese bastardo había estado dentro de ella le revolvía el estómago, pero lo que más le dolía es que tras una única noche juntos, había llegado a quererle. Al fin y al cabo fue él quien le instó a convertirse en miembro del grupo de guerreros, fue él quien le enseño a luchar, ¿por qué entonces esa traición, acaso era esto lo que había querido conseguir de ella desde el principio, una culpable para su crimen?.
 Todas estas preguntas se agolpaban en su cabeza mientras descendía en dirección sur por el camino que unía Rivera con Rihus, la capital de la provincia oriental de Oga-Tarah. Pensaba que una vez allí podría ganarse la vida como cazadora, guardaespaldas, mercenaria o lo que quiera que alguien con dinero pudiera ofrecerle a cambio de sus habilidades en combate. La lluvia proveniente del oeste era asfixiante y tenía el paisaje sumido en un lodazal pardo que le atrapaba a uno los pies a cada zancada.
 Recordaba el día de su consagración como guerrera. Aquella mañana habían partido en una patrulla de ocho guerreros capitaneada por Kapheli. El bautismo de fuego de todo guerrero era enfrentarse a un miembro del clan orco que, desde hacía ya demasiados años, asolaba incesante la zona boscosa que se adentraba a unos setenta kilómetros de la desembocadura norte del Tresdeltas. Durante mucho tiempo, estos orcos que habían asentado su poblado junto al brazo del río, se habían dedicado a saquear y cazar sin compasión a todo hombre mujer o niño que se alejara demasiado de los caminos o se adentrara imprudente en la zona menos vigilada del bosque. Esto hacía cada vez más necesarias las patrullas de guerreros que mantuvieran la seguridad de los alrededores de Rivera y que garantizaran el paso de las incesantes carretas de salsa de pescado en salmuera que como motor económico del pueblo, eran enviadas a Rihus a cambio de auténticas fortunas en oro y plata. Ciertamente Yalina no compartía el gusto por esa salsa que a su parecer sabía a podrido, pero indiferente agradecía el sorprendente crecimiento económico que había supuesto esta moda en su humilde poblado. Por lo visto la salsa se servía ya en las más selectas mesas de todo Oga-Tarah y el nombre que sus exportadores de Rihus le habían puesto era "Cathoi" o "burbujeante",  aludiendo al efecto del maloliente fermento que producía en los toneles en que se almacenaba.
 La mañana de su bautismo se presentaba tranquila, las lluvias que inundaban toda la zona desde el oeste habían cesado brevemente como para dar un respiro a un sobresaturado paisaje y el sol, asomaba tímido por entre las ramas calentando la húmeda tierra y a la partida de rastreo en su avance por el camino.
 Iban distraídos hablando en voz alta entre ellos, cantando y compartiendo un odre de vino dulce que les caldeaba el cuerpo y el espíritu. Una larga y  característica bandana verdosa identificaba a Yalina cayendo por su espalda desde su cabello recogido. Siempre llevaba esa prenda, se sujetaba el pelo con ella al tiempo que la utilizaba a modo de embozo cuando le era necesario camuflarse. Su concentración era absoluta. Caminaba solitaria en muda avanzadilla a unos pocos metros del resto del grupo. Sabía que mucho dependía de ese día. Había entrenado duro, más que cualquier otro guerrero o guerrera. Quería que su nombre fuera admirado y respetado en las noches de fiesta, junto a las fogatas de los banquetes, en los mentideros del mercado. Pero una duda asomaba insistente en su mente. Había algo que no sabía si podría hacer ya que nunca lo había comprobado. Temía no ser capaz de quitar otra vida.
 Se repetía a si misma que los orcos no eran más que animales, que merecían ser exterminados. Durante años habían cazado a sus paisanos sin piedad para venderlos y torturarlos, había leyendas de terribles juegos de crueldad inimaginable, de gentes despedazadas por los perros, devoradas por los cerdos, despellejadas, empaladas, quemadas vivas…..
 Todo esto fortalecía la determinación de Yalina, pero sabía que el único modo de probarse a sí misma sería en el mismo combate y este cada vez estaba más cercano.
 Estando en estos pensamientos no se dio cuenta de que Kapheli caminaba ahora a su lado con una sonrisa paternal en los labios.
—¿nerviosa?
—no más de lo normal supongo
—no debes estarlo, te he preparado durante meses para este momento, eres mi mejor aprendiz y lo sabes. Todo irá bien.
 Yalina asintió con gesto adusto y siguió avanzando en silencio con el imponente guerrero caminando junto a ella. Tras sus pasos, se entreoían comentarios de chanza del resto del grupo que no podía evitar bromas de dudoso gusto aludiendo a las femeninas formas de la aspirante. Kapheli les hacía callar divertido participando a medias del jocoso ambiente. A Yalina todo eso le daba igual, era una mujer fuerte y después de ese día ya nadie le miraría como a una simple hembra, a partir de ese día le mirarían como a una auténtica guerrera.
—¿has pensado ya que arma vas a usar?
—el mayal de púas
—¿el mayal?, ¿porqué?, lo tuyo es la espada blanda.
—si, lo es, pero eso ya lo saben todos. Quiero que hoy me veáis vencer con un arma que no es mi especialidad, hoy todos entenderán quién soy.
—me parece bien, pero ten cuidado, sabes que no podremos ayudarte si el otro vence, son las normas. Si te vence, le dejaremos que te mate y después se marchará.
—no vencerá
 Yalina apretó el paso para adelantarse. No quería distracciones. Con ojos inquisitivos buscaba en derredor cualquier indicio de su presa. Estaban ya cerca de la zona de acción de los orcos y el poblado de esos animales apenas distaba unos veinte kilómetros de donde se encontraban. Se estaba levantando viento y este le soplaba constante en la cara a medida que avanzaban. De improviso paró en seco en mitad del camino. Instintivamente se encorvó sobre si misma para evitar ser detectada. Alzó una mano para alertar al resto de la partida. Todos callaron y se agacharon a su vez. Kapheli, agazapado, se acercó en silencio hasta ella para observar desde su posición. Frente a ellos, en mitad del camino, una imponente figura se alzaba de espaldas a los guerreros a pocos metros de un enorme olivo hueco. Era un orco, Yalina estaba impresionada, nunca había visto uno tan de cerca, calculaba que debía pesar unos ciento veinte kilos de musculosa carne verdosa oscura, casi negra. Iba ataviado con burdas prendas de cuero curtido y no parecía ir armado.
—¿Está sólo? —preguntó al guerrero.
—parece que si, espera aquí, nosotros le capturaremos primero y luego podrás ocuparte de él
—id con cuidado, podría ser un explorador
—parece más un trampero, no te preocupes, no tiene nada que hacer. Ven a mi señal.
 En silencio, hizo gesto al resto de la partida para que se acercaran, sabían que los orcos tenían un olfato endiablado, pero esta vez el viento jugaba a su favor, de otro modo ya habría escapado antes de que le hubieran podido ver.
 Los guerreros avanzaron silenciosos en grupo, agachados. Acostumbrados a este tipo de batidas nada de sus vestimentas era llevado al azar. Sus ropas, verdosas, eran de mullido algodón, sus correajes eran de cuerda, las armas se enfundaban en gruesas telas que embotaran el tintineo del metal. Su especialidad era el silencio, la emboscada y la sorpresa.
 Por fin, armados con afiladas azagayas cayeron sobre el desprevenido orco. Apenas una fracción de segundo bastó para rodearle con las puntas de fino metal amolado con vehemencia durante la noche anterior. El orco parecía asustado, le habían pillado completamente por sorpresa. Kapheli con un gesto de triunfo miró hacia atrás e hizo señas a Yalina, esta se aproximó tensa mayal en mano.
—Abridle paso.
 Kapheli lanzó una maza a los pies del orco.
 Yalina llegó por fin hasta la enorme criatura. Le miraba anonadada hacia unos ojos que se alzaban al menos una cabeza por encima de los suyos. Estaba aterrada. No se veía capaz de vencer a esa bestia. Era imposible, ella apenas si pesaba cuarenta y cinco kilos. Era fuerte si, y ágil, pero la desproporción en tamaño y corpulencia era abismal. Un solo golpe de maza por parte del orco y estaría acabada.
 Se puso frente a él. Los miembros de la partida dieron un paso atrás. El orco, permanecía pasmado sin comprender con la maza a los pies. Yalina esperó. No hizo nada.
—Coge la maza —le espetó. Nada.
—¡Cógela! —volvió a gritarle mientras furiosa le golpeó con el mango de su arma en la mano. El otro seguía paralizado.
Finalmente Kapheli que observaba toda la escena en silencio, recogió precavido el arma del suelo y obligó al orco a agarrarla para volver de nuevo a su anterior posición.
Yalina observaba al orco desconcertada. ¿Porqué no le atacaba?, ¿acaso jugaba con ella?, ¿se burlaba de la insignificante aprendiz de guerrero que inofensiva se erguía pequeña frente a él? De improviso un rayo de comprensión le iluminó fugaz: Le tenía miedo. Estaba paralizado por el miedo. Eso sí que no lo podía esperar. El poderoso orco, de imponentes hombros y colmillos de fiera le temía a ella, una hembra humana. Entonces decidió atacar. Saltó sobre él como una exhalación gritando mientras golpeaba con fuerza en dirección a su cabeza. El orco se cubrió con el brazo y desvió el golpe. La sangre brotó. Volvió a golpear una y otra vez, el orco comenzó a defenderse y a devolver los golpes. ¿Pasaron segundos u horas? Yalina recordaría posteriormente el combate ralentizado y eterno, pese a que apenas unos minutos había durado en realidad. Finalmente consiguió tumbarle. El orco yacía a sus pies, la guerrera estaba embriagada de triunfo, los demás la jaleaban y animaban.
 Y al final, cuando saboreaba por fin la derrota del temible gigante, este hizo algo que tiró por tierra todo el esfuerzo.
 Se puso a llorar.
 El inmenso orco cubierto de sangre y mugre sollozaba entre hipidos y extrañas palabras en su lengua. Había pasado de convertirse en un digno adversario a balbucear entre lágrimas algo que sonaba a una petición de clemencia. Yalina estaba furiosa, le había robado la gloria. Un guerrero digno no llora. Lucha y muere. No había honor en esta victoria. Desesperada comenzó a patearle —¡levántate, lucha! —el orco permanecía hecho un tembloroso ovillo sanguinolento —¡pelea maldito cobarde, levántate y lucha! —todos alrededor miraban divertidos la escena. Yalina no podía creer que el enorme orco no se defendiera, si no lo hacía, no le podría matar con honor y todo esto no habría servido de nada. No sabía qué hacer. Finalmente se rindió. El orco le había robado la gloria del combate. Se acercó a Kapheli y cogió una afilada daga de sus manos. Se acercó al orco, le apoyó la punta del cuchillo en la nuca con la intención de rematarlo. Un golpe seco en la médula bastaría, así toda esta pesadilla podría terminar. De improviso el orco se dio media vuelta y se le quedó mirando a los ojos en una extraña súplica de compasión. Yalina estaba desconcertada. Le miró pensativa. El orco parecía desvalido pese a su tamaño. Fue entonces cuando se dio cuenta de que no quería matarlo, que no podía matarlo. Fingió desprecio. Se irguió sobre él y forzó una sonrisa —este cerdo llorón no merece la pena, no mancharé una bonita daga con sus asquerosos mocos —se levantó la falda y comenzó a orinarle encima. El orco esta vez se derrumbó como un niño, Yalina seguía sobre él con el corazón encogido, quería que todo acabara cuanto antes. Tras cubrir su desnudez escupió al orco, se dio media vuelta y se marchó con una convincente expresión de triunfo en la cara. No quería que los demás vieran que en realidad no le había matado por lástima, que había sido incapaz —dame ese vino, vámonos de aquí, ese mierda llorón ha tenido su merecido, esta noche la primera ronda en la taberna de la Sirena Borracha la pago yo.
 Todos comenzaron a caminar alejándose del lugar de los hechos. Yalina, fugazmente observó por el rabillo del ojo al tembloroso bulto que yacía en el camino cada vez más en la distancia. Tragó sus sentimientos y continuó interpretando su papel de despiadada guerrera.
 Así iniciaron el camino de vuelta entre risas y canciones, el vino les alegraba el corazón y la anécdota protagonista de toda la conversación era la humillante derrota que Yalina había infligido al orco. Caminaron todo el día hasta llegar al poblado casi con la puesta del sol. Las sombras de las casas de madera y adobe, se alargaban rojizas en dirección este mientras que el mar, oscuro, se perdía en el horizonte hacia tierras desconocidas.
 Todo el pueblo salió a recibirles, rápidamente la anécdota se extendió como el fuego en un pajar, la historia creció a cada ocasión que era contada, Yalina se había consagrado como una guerrera y las celebraciones durarían toda la noche entre carnes asadas, pescados ahumados, cerveza, hidromiel y vino de pasas.
 Una larga mesa había sido dispuesta para todos los guerreros de la partida al fondo de la taberna de la Sirena Borracha. En el centro de la misma, se sentaban uno junto a la otra un orgulloso y pletórico Kapheli, que con un jarro de vino en la mano cantaba alegre canciones obscenas mientras a su lado, Yalina reía las mismas embriagada de vino y triunfo.
 Llegó el momento de brindar y Kapheli, se levantó e hizo callar a gritos a la agitada concurrencia. Una vez conseguida la atención deseada comenzó —Amigos, camaradas. Hoy un nuevo explorador se une a nosotros, todos sabéis quién es, esta guerrera ha superado con éxito todas y cada una de las pruebas a las que se la ha sometido, incluso donde otros más grandes, más fuertes y más ágiles fracasaron, ella triunfó y alcanzó sus metas. Así, con orgullo le abro las puertas de nuestra formación y como jefe instructor de los cadetes nombro a Yalina-Yak guerrera de nuestra amada ciudad, miembro de los Exploradores Invisibles y defensora de Rivera — todos alzaron sus jarras entre gritos, Yalina alzaba la suya a su vez y bebía pletórica. Kapheli habló de nuevo —camaradas, una cosa más, quiero obsequiar a Yalina con un pequeño presente, le doy mi cuchillo, todos lo conocéis, ha cortado un buen número de gargantas de orco y jamás me habréis visto sin el al cinto. Yo hoy se lo entrego a Yalina como premio por su éxito, esperando que la sangre de miles de enemigos tiña su hoja de nuevo —de este modo entre el regocijo general y ante la mirada atenta de los presentes, Yalina recibió de Kapheli una daga que se había convertido casi en objeto de culto, pues era la que el jefe de exploradores cedía a los aspirantes a ingresar en la formación, para que remataran a s víctima el día de su bautismo. Una y otra vez esa daga había sido usada para rematar enemigos de Rivera y una y otra vez era devuelta a su legítimo portador tinta en sangre. Yalina no cabía en si de asombro y su alegría se dejó traslucir durante el resto de la noche.
 Pasó la noche. Los congregados medio adormilados ya, y agotados por la larga velada de excesos se repartían ebrios por la taberna. En un rincón un guerrero de la partida había subido las faldas a una camarera de generosas carnes y la montaba con furiosos bramidos contra una mesa de la que caían los platos y jarras a cada sacudida de sus briosas embestidas. En la misma, un pescador borracho dormía con la cara en un charco de vino a un palmo escaso del turgente culo desnudo de la tabernera que se movía acompasado por los empellones de su amante.
 En otra mesa dos pescadores se gritaban entre hipidos de borracho alegando razones por las que cada uno era supuestamente mejor lanzando las redes de pesca que el otro. De camino a la puerta una pareja de guerreros con los brazos entrelazados sobre los hombros, se dirigía tambaleándose mientras a voz en cuello cantaban una canción sobre beber y follar. Los jarros de vino de sus manos, salpicaban todo alrededor al compás de la misma.
 En el suelo, un joven adolescente vomitaba entre arcadas suficiente cantidad de vino como para tumbar a un percherón.
 La fiesta había acabado. Yalina y Kapheli conversaban achispados por la bebida todavía en los asientos principales de la mesa.
—Estás contenta
—si lo estoy, hubiera preferido que ese gigante bobalicón hubiera peleado hasta el final, pero bueno, no me quejo, ya habrá otra ocasión para matar orcos
—pues ahora que lo mencionas puede que esa ocasión llegue antes de lo que piensas
—¿y eso?
—el Círculo se va a reunir mañana, están planeando una incursión más seria contra el poblado orco. Parece ser que nos van a enviar una partida de cien soldados desde Rihus. Naturalmente, nada está decidido aún
—¿se sabe quién dirigirá el ataque?
—aún no, pero quiero ser yo, pienso que me lo he ganado tras tantos años de escaramuzas y de formar guerreros. Quiero probar ahora un ataque en campo abierto
—y qué me dices de tu hermano
—¿Zadic?
—si, el ha sido jefe absoluto de los guerreros mucho más tiempo que tu, y además tiene experiencia en la guerra. En realidad, en una batalla abierta, él sabría mejor qué hay que hacer ¿no crees?
—supongo que sí, de todos modos no es mi decisión sino del Círculo, con todo, me gustaría ser yo quien capitaneara el ataque
—dejemos entonces que decida el Círculo, yo por mi parte me voy a acostar, ha sido un día largo
—en realidad pienso que podríamos alargarlo un par de horas
—¿intentas seducirme, acaso el vino te ha bajado de una cabeza a otra? —ella le miraba con una sonrisa burlona a escasa distancia de su cara, juguetona, tamborileaba los dedos sobre la mesa casi en contacto con la ancha mano de Kapheli. El masculino olor del guerrero se mezclaba con el almizcle del pelo de Yalina. Ella estaba alegre y segura de sí misma y pensó que, un buen revolcón podría ser apropiado remate para la jornada. Aún con todo dejó que él diera el paso, quería probar si era capaz. Dicho y hecho, Kapheli acercó su boca a la suya y presionó unos cálidos labios contra los suyos. Minutos después, ambos jadeaban desnudos bajo las mantas de lana en el lecho de Kapheli.
 La noche dio paso al amanecer y furtiva, la luz anaranjada del sol se coló por las rendijas de la ventana del dormitorio.
 Dejaron pasar la mañana ociosos entre las mantas. Dormitaban satisfechos en un cálido abrazo carente de preocupación. Ella jugaba con el pelo de su pecho mientras él, indolente, le acariciaba la sedosa melena. Estando en estas, de improviso la puerta de la cabaña se abrió con un portazo, en apenas tres zancadas, Zadic, el hermano mayor de Kapheli entró en el dormitorio violando la intimidad de los amantes. Con una sonrisa se plantó frente al lecho.
—Veo que la noche fue larga
—Zadic, ¿acaso he de apuntalar la puerta de mi casa cada vez que quiera algo de privacidad?, ¿qué quieres?
—tranquilo hermanito, de ti no veo nada que no haya visto ya, y en cuanto a la preciosa guerrera que te acompaña, bueno, ¿no querrás ser el único que disfrute de tan generosa vista verdad? —dijo esto con una sonrisa de medio lado al tiempo que daba un minucioso repaso a la desnudez de Yalina, ella, entre tímida y molesta, se cubrió con las mantas al tiempo que se incorporaba sobre el colchón de heno.
—Zadic ve al grano, si sigues mirándola así vas a acabar reventando los calzones, aunque me consta que eso en ti sería difícil por muy ajustados que los llevaras —el mayor de los hermanos hizo caso omiso de la chanza sobre su dotación viril, era famoso en el pueblo por sus conquistas amorosas y desde esa seguridad, trataba a las mujeres con una arrogante galantería que en casi todas las ocasiones daba sus frutos. Por desgracia para él no era el caso de Yalina, ella no compartía los gustos de la mayoría de chicas del pueblo por el atractivo soldado que, a sus treinta y dos años de edad, lucía un bronceado torso fuerte y firme adornado por los laureles de sus hazañas pasadas. Kapheli se impacientó —¿me dirás de una vez el porqué de despertarme viendo tu asquerosa jeta, o te vas a quedar ahí plantado con cara de adolescente pajillero? —Zadic sonrió.
 —el Círculo se reúne en media hora, todos se sentirían enormemente honrados si te dignaras a aparecer por allí, si es que no estás demasiado ocupado, y veo que si…
—el Círculo, es cierto, se me ha pasado por completo
—no me extraña francamente
—cállate ya viejo verde, de acuerdo, estaré allí enseguida, ve tu ahora y justifícame si me retraso.
—de acuerdo hermanito, hasta ahora entonces, os dejo, señora— esto último lo pronunció untuoso inclinando la cabeza en dirección a Yalina, que observaba la escena silenciosa.
 Zadic abandonó la estancia a grandes zancadas, Kapheli se levantó de un salto, la desnudez de su cuerpo se veía recortada en la escasa penumbra que los postigos proporcionaban, rápido, se enfundó unos calzones de algodón teñidos de verde bosque y una camisa de lino blanco. Un cinturón de piel oscura ceñía su cintura al tiempo que sostenía una daga alargada de finas cachas de madera de naranjo idéntica a la que había regalado a Yalina unas horas antes. Frente a él, la joven observaba la escena entretenida en sus viriles atributos a la vez que jugaba infantil con el cabello de sobre sus hombros.
—¿Qué crees que va a pasar?
—no lo sé, Zadic siempre ha sido el favorito, pero yo he acumulado méritos durante todos estos años, deberían darme una oportunidad.
—y qué pasará si no te la dan
—si no me la dan aceptaré el mando de mi hermano, si esa es la voluntad del Círculo, me someteré a ella.
—¿y qué pasará conmigo?
—sea quien sea el que comande el ataque, tu estarás entre los guerreros nóveles —un mohín de protesta asomó en el rostro de la desnuda Yalina —ya lo sé, tú no eres como los demás bisoños, les das mil vueltas a todos y cada uno de ellos, te he visto usar la espada blanda y eres letal, además eres silenciosa como una brisa y rápida como una mantis, si por mi fuera estarías en primera línea, pero las reglas están ahí, y ningún recién iniciado puede marchar junto a los veteranos.
—inclúyeme entonces entre tus guardaespaldas
—sabes que lo haría, pero se vería mal entre los demás guerreros, debes ser paciente. Además, estás dando por sentado que me harán comandante y eso es algo que no tengo nada claro. Dejemos que los acontecimientos decidan, “vilye av villije”, que se haga la voluntad de los que la tienen.
—vilye av villije, que así se haga —pronunció estas palabras casi de manera automática, como un resorte, la contestación venía a los labios sin pensar, era este el lema de su gente y la forma en que entendían la jerarquía de su pueblo. De este modo, todos se sometían a la voluntad del círculo, pues en ellos depositaban la voluntad de la comunidad.
   Yalina, me gustaría llevarme tu badana, es posible que me de suerte
   Si así lo crees cógela, yo no la necesitaré hoy.
 Kapheli abandonó la estancia rápidamente tras detenerse un instante a besar cálido los labios de la joven y retirar de entre el revoltijo de ropas arrancadas a la joven la noche anterior, la bandana verdosa que con los años se había convertido en la seña de identidad  de esta. Tras el golpe de la puerta que anunció su partida, ella se quedó arrebujada en las mantas entre las que de improviso, descubrió enredada la cadena que portaba el guerrero al cuello y de la que rara vez se separaba. Yalina se devanaba la mente intentando anticiparse a la voluntad del consejo, sabía de la importancia de la decisión, pues una votación a favor de Kapheli, le otorgaría la oportunidad de probar su valía y le antepondría al favoritismo sobre su sórdido hermano. Estando en estas disquisiciones sonó de nuevo la puerta, Yalina, con una sonrisa pícara, se ciñó al cuello el colgante que reposando ahora sobre sus senos desnudos sin duda Kapheli había vuelto a buscar —si has venido por esto, te va a costar sacarlo de su escondite —dijo esto juguetona al presentir la presencia de su amante acercándose al dormitorio. Cuál no sería su desconcierto cuando en el vano de la puerta la figura que se materializó no fue la de Kapheli sino la de su hermano mayor, que con mirada de depredador, la observaba libidinoso apoyando ambos antebrazos en la jamba de la puerta —lo que me he dejado aquí nada tiene que ver con ese colgante preciosa, pero ten por seguro que anda cerca de esa zona —Yalina dio un salto desnuda como estaba y se irguió tensa con la espalda apoyada en la pared —¿qué quieres? —la voz le temblaba pese a que intentaba aparentar entereza —lo sabes muy bien, y no sé porqué me da que tu quieres lo mismo —se acercó a ella lascivo y sonriente —vete ahora y olvidaré todo esto Zadic —el soltó una carcajada —te aseguro que esto va a ser algo que no vas a olvidar —Dio un paso hacia delante con claras intenciones dibujadas en el rostro, Yalina aterrada buscaba algún arma que le ayudara a disuadir al enorme guerrero del perentorio impulso que le había llevado hasta allí. En ese momento la puerta sonó de nuevo —Soy yo —dijo Kapheli —olvidé el colgante —Zadic se paró en seco, el hermano apareció en la puerta y observó impertérrito la escena —¿Yalina, estás bien? —ella le contestó aliviada —si tranquilo, tu hermano ya se iba, parece ser que olvidó decirte algo antes de partir y me sorprendió vistiéndome —Kapheli, pensativo, miró a Zadic
—eso explica la situación entonces ¿verdad hermano?
—lo cierto es que tampoco tengo ninguna necesidad de explicar nada, al fin y al cabo no es tu esposa ni mucho menos, poco le ha costado abrírsete de piernas en la primera ocasión que ha tenido. Qué más da quién se la tire o en qué orden
 Dicho esto abandonó la habitación con una sonrisa entre dientes. Kapheli estaba rojo de ira, Yalina le miraba aterrada —no le hagas nada, no le habría dejado tocarme, no le hagas nada. Es sólo un infeliz que juega a dominar a las mujeres, en realidad no es más que un pobre acomplejado. Recuerda que es tu hermano. En este momento lo importante es la decisión del Círculo. Olvídate de lo demás.
 Kapheli no dijo nada, se acercó a ella, retiró el colgante de su cuello, lo guardó en el puño y salió de la estancia sin pronunciar palabra. Yalina, temblorosa no sabía si por el frío o por lo acontecido, se cubrió con las desperdigadas vestiduras que llevara hasta allí la noche anterior.
Una vez vestida, salió de la cabaña en dirección a la plaza principal del poblado en cuyo edificio central en esos momentos, el círculo debía estar reunido. Caminaba reconfortada en el cálido sol de la mañana. Por las intrincadas callejuelas, ajetreados comerciantes y pescadores transportaban sus mercancías de aquí para allá. Entre ellos, una jauría de pilluelos correteaba indiferente a nada que no fueran sus juegos y travesuras.
 Llegó por fin a las puertas de la casa consistorial del pueblo. Estas, cerradas desde dentro, no se abrirían hasta que el Círculo no llegara a una conclusión y veredicto sobre los hechos que habrían de acontecer. Los curiosos, se agolpaban contra ellas en un vano intento de oír lo que dentro se trataba.
 Pasaron las horas. Aburridos, quienes habían estado pegando curiosos sus orejas contra la madera de las puertas ahora se arremolinaban en desperdigados grupos alrededor de la entrada del edificio. Yalina esperó paciente.
Poco tiempo después, un fuerte crujido anunció la apertura de las dos hojas de madera de pino que habían permanecido atrancadas durante todo el cónclave. Un ujier ataviado con una sencilla túnica de blanco algodón salió al exterior y pregonó solemne
—atención ciudadanos de Rivera, escuchadme bien, el sabio cónclave ha decidido: una vez más nuestro glorioso Zadic, será el jefe de los guerreros de nuestras gentes y en el próximo ataque contra el Hacha Mellada, comandará a los nuestros hacia la victoria. Vilye av villije
—vilye av villije —respondieron los presentes al unísono al tiempo que vitoreaban a un exultante Zadic que salía triunfal del consistorio flanqueado por los dignos miembros del círculo. Tras ellos, un abatido Kapheli avanzaba como un autómata con la mirada perdida entre el gentío.
 Su cara decía todo lo que se podía decir. Estaba convencido de que de una vez el círculo consideraría sus logros, que por una vez tendría el la oportunidad de demostrar sus dotes de mando en algo más que escaramuzas y pruebas a reclutas. Pero se equivocó, y sabía el porqué. Zadic jugaba sucio. Siempre lo había hecho. A su magnética apostura añadía un verbo fácil que, como una flecha, alcanzaba la parte más sentimental de quien le escuchara. Era capaz de encender el fervor no sólo de la plebe, sino del círculo en su totalidad. Sabía lo que querían oír y lo decía como querían oírlo. Daba igual que no tuviera sentido, que lo hiciera por interés propio. La gente lo creía igual. La gente le adoraba.
 Todo venía de su supuesta participación en la mal llamada “guerra” contra los piratas que había sucedido hace unos cinco años. Zadic, que en aquella época no era más que un explorador, partió junto con otros cien de su grupo comandados por el entonces jefe de exploradores, Cesio, un hombre ya bien entrado en los cincuenta, de pelo cano y bamboleante barriga de bebedor. Por supuesto llamar guerra a aquello era como llamar puma a un gato de angora.
 Esos supuestos piratas se habían dedicado a abordar barcos de pesca por toda la zona de actividad de los pescadores de rivera. Habían robado, matado, hundido y saqueado la pequeña flota pesquera de Rivera, y una vez no quedaban marineros que despellejar, decidieron que podrían desembarcar y seguir con sus desmanes por toda la costa. Destruyeron puestos de pesca y almacenes de salazón, capturaron cargas enteras de barriles llenos de cathoi, robaron carros y caballos y mataron a los carreteros y sólo entonces, cuando la exportación del cathoi se veía amenazada, fue cuando el Círculo envió a los exploradores invisibles. El grupo de hostigadores de élite del pueblo de Rivera.
 Los piratas formaban la tripulación de dos barcos de tipo trirreme, apenas si contaban con cuatrocientos efectivos en total. Se repartieron por la costa en grupos de asalto que al terminar sus correrías volvían hasta la orilla y embarcaban el fruto de su pillaje. De este modo los escasos cien efectivos que se enviaron para detenerlos, se limitaron a cortar el paso a los grupos aislados en su retorno hacia las naves.
 Al principio esta técnica funcionó. Las habilidades de camuflaje de los exploradores de Rivera eran admiradas incluso por militares profesionales de otras ciudades y, en su entorno, eran letales. No era por cualquier cosa que se les denominara invisibles. A diez pasos escasos de distancia uno no era capaz de detectar una patrulla completa de exploradores. Esto les permitía caer sobre grupos mayores que ellos masacrándolos en pocos segundos sin que estos apenas supieran lo que estaba pasando, o desde dónde les atacaban.
 Las azagayas propulsadas desde la floresta acertaban con precisión allá donde el explorador quisiera mandarlas y el enemigo, rara vez podía reaccionar a un ataque si de un momento para otro su pecho se había convertido en una especie de alfiletero gigante y burbujeante de su propia sangre.
 El problema fue, que quien fuera que dirigiera a aquellos piratas, no era ningún marinero bisoño. Se olió la tostada en cuanto dejaron de aparecer los grupos que se habían enviado a la zona próxima al bosque Siksikan. De modo que puso una trampa.
 Mandó nuevos grupos de saqueadores hacia el interior, pero esta vez mandó además  a todo el grueso de la marinería en un apretado pelotón que avanzaba cauto a la espera de una señal, de este modo, el grupo que fuera atacado, no tenía más que pedir ayuda con un toque de cuerno y los piratas armados hasta los dientes y esta vez, alerta, caerían como una exhalación sobre los desprevenidos exploradores que pasarían de cazadores a presas sin siquiera saber cómo.
 Y así sucedió. Los exploradores fueron asesinados casi en su totalidad, los pocos infelices que fueron capturados con vida fueron empalados en la orilla. Cesio, su antiguo jefe, huyó tierra adentro con un reducido grupo de supervivientes, entre ellos casualmente se encontraba Zadic. Durante días permanecieron aislados en el bosque. Los más de trescientos piratas que quedaban peinaron el terreno en dirección oeste una y otra vez. No querían dejar a nadie que diera la alarma o pidiera refuerzos. Finalmente dieron con ellos. El grupo de exploradores de apenas diez miembros se dispersó presa del pánico. Algunos, Cesio incluido, cayeron bajo el plomo disparado por arcabuces y espingardas piratas, los que no, corrieron como locos al interior de un bosque que acabó engulléndolos.
 La partida de exploradores invisibles enviada por el círculo a detener a los piratas había sido destruida.
 Y aquí es donde entró Zadic en acción y se ganó sus laureles. Aprovechando sus habilidades de camuflaje, y presintiendo cercana la batida de los asaltantes,  se ocultó en lo alto de un frondoso olmo. Dejó pasar a los piratas por debajo de su posición; estos iban avanzando en apretadas filas una detrás de la otra y tras ellos, su jefe avanzaba tranquilo y despreocupado dando órdenes medio borracho de victoria y vino clarete. Su oportunidad llegó cuando el exceso del alcohólico líquido buscó una salida de la sobrecargada vejiga del capitán. Este, sabiéndose seguro, pues el enemigo huía a la desbandada y por tanto, había perdido cualquier posibilidad de contraataque, se acercó a un viejo fresno, se abrió los calzones y comenzó a mear con un suspiro de placer. Zadic descendió del olmo silencioso como una serpiente. Nadie quedaba tras él.  Avanzó ligero entre el follaje del sotobosque y se situó tras el pirata que continuaba concentrado en su micción. El cuchillo de Zadic se apoyó con un parpadeo en el miembro viril del desprevenido jefe pirata. Este, cuyo caliente chorro de orina se había cortado de golpe quedó libido por el terror —hola capitán, disculpe si no estrecho su mano —el explorador susurraba las palabras a escasos centímetros del oído del aterrorizado pirata —ahora, os situaréis detrás de aquellos helechos, llamaréis a vuestros contramaestres y les daréis orden de detener la búsqueda y de acampar algo más adelante, y lo haréis de manera creíble, entre otras cosas porque yo estaré agachado con mi cuchillo junto a vuestra asquerosa polla.
 Mirad el cuchillo, ¿lo veis?, por lo general cuando no tengo nada que hacer me suelo dedicar a afilarlo una y otra vez, le paso una fina piedra de esmeril que siempre me acompaña con movimientos lentos y pausados, una y otra vez, una y otra vez, eso hace que la hoja pueda cortar un cabello al bies sin el más mínimo esfuerzo, y, ¿sabéis algo?, últimamente he pasado mucho tiempo desocupado esperando a las ratas que van por allí delante, podéis comprobarlo vos mismo —súbitamente, presionó le hoja del cuchillo contra el glande del capitán, que, presa del pánico había reducido su tamaño hasta poco más que el de una almendra, la sangre brotó junto con un quejido del  pirata que temblaba de pies a cabeza como una hoja ante la sola idea de que el loco explorador decidiera terminar con su hombría de un solo tajo —pues bien, haréis lo que os digo, y si algo me suena a petición de auxilio, o no me resulta convincente lo que decís, o algún gesto de vuestra jodida cara de perro me suena a señal o código o algo por el estilo, la próxima vez que meéis será sentado en cuclillas como las zorras, ¿me he expresado en un lenguaje que comprendáis?, si es así, asentid —el capitán asintió al tiempo que tragaba saliva —muy bien pues, caminad entonces hacia esos jodidos helechos y no hagáis ninguna estupidez.
 Se situaron tras las frondosas ramas de un verde vivo que ocultaban tras de ellas todo de cintura para abajo. Zadic, en cuclillas, permanecía tras el capitán con la punta del cuchillo presionando sus genitales, el otro miró en torno y reconoció a un marinero.
 —Tu Flavio, avisa a los demás, vamos a dormir aquí, esas ratas deben andar escondidas por esta zona y con esta oscuridad ya no podemos volver a los barcos. Montad un campamento. Que nadie se despiste u os haré azotar.
—Si capitán, ahora mismo, pero no sería mejor seguir la búsqueda, esos pobres diablos no deben andar muy lejos —el capitán cambió a un tono menos amigable —Flavio, el día que un desertor del ejército Aurelio me de consejos sobre cómo perseguir a unos pocos pescadores podré pensar tranquilamente en retirarme. ¡Haz lo que te digo si no quieres pasar toda la noche de guardia! —el marinero salió corriendo en pos de los demás mientras gritaba las órdenes a todo el que le oyera. Zadic se levantó despacio. El capitán respiraba con agitación —bien hecho capitán, me habéis sido de gran ayuda. Espero que no me guardéis rencor por esto —sin mediar palabra, pasó el afilado cuchillo por delante del jefe pirata, en un parpadeo, la sangre manaba a chorros de su garganta que, abierta como una granada madura, gorgoteaba con el sonido del vino que escapa a presión de un pellejo agujereado. Se desmadejó frente a Zadic con los genitales todavía fuera del jubón. El explorador se movió con rapidez. Arrastró el cuerpo en silencio y lo ocultó tras unas raíces, esparció hojarasca sobre cuerpo y sangre vertida hasta hacer desaparecer todo rastro y sigiloso, desapareció de la zona mientras el tumulto provocado por los piratas que se aprestaban a acampar, crecía cerca de allí.
 Corrió en dirección norte hasta el pueblo de Rivera, los pulmones le ardían en el pecho con cada zancada, finalmente llegó hasta sus puertas. Una vez dentro informó de la situación, reclutó un nutrido grupo de exploradores, embarcó con ellos en dos gabarras y con un suave viento de popa que les empujaba desde septentrión descendió hasta las naves piratas que, fondeadas a un cuarto de milla escaso de la orilla, se mecían proa al norte con apenas unos pocos centinelas en cubierta.
 Abordaron los trirremes sin precisar del sigilo esta vez. Mataron a todos a bordo y tiraron sus cuerpos bajo el sollado. El paso siguiente fue sencillo.
 El grupo de piratas que en tierra montaba el campamento había localizado el cuerpo del capitán, pues, ausente este, se temieron lo peor y batieron el bosque en su busca. Una vez vista la situación y sin una cabeza visible, los contramaestres dieron orden de volver. Poco se esperaban el recibimiento que les aguardaba en la cubierta de sus propios buques, ya que, una vez retiradas las gabarras de la vista y, vistiendo a algunos exploradores con la ropa de los vigías asesinados, nada sospecharon de la trampa hasta que al acercarse suficientemente con los botes a los costados de las naves que crujían con el leve oleaje, fueron fulminados por un fuego de metralla vomitado desde las culebrinas de babor convirtiéndoles en poco más que una pulpa sanguinolenta. Quienes no murieron tampoco pudieron llegar a la orilla, una nube de marrajos atraídos por la sangre de sus camaradas caídos se encargó de ello.
 Es así como Zadic se convirtió en el único superviviente de la primera batida y en heroico comandante de la segunda, que, sin una sola baja, acabó con todos y cada uno de los piratas que habían asolado el litoral de Rivera en las últimas semanas. Para más gloria, dos trirremes capturados en perfecto estado y armados hasta los penoles, todo el botín acumulado por los piratas y la tranquilidad que otorga el poder volver a faenar los caladeros sin miedo a los dos navíos que habían sembrado de muerte el mar a su paso.
 Ese fue el origen de la fama como guerrero de Zadic, su ascensión inmediata a Jefe de los Exploradores Invisibles y el motivo por el cual se había convertido en el ojito derecho del Círculo, el guerrero admirado por los hombres, y el amante codiciado por las mujeres.
 Por su parte Kapheli se tuvo que conformar con vivir a la sombra de la gloria de su hermano mayor, que, lejos de proporcionar apoyo y ayuda al pequeño, se aseguraba de que este no destacara demasiado y restara lustre a su inmaculada fama como  jefe explorador.
 Así pues el día en que Zadic volvió a ser nombrado comandante, un hondo rencor nació en el menor de los hermanos, que, hastiado por ser dejado siempre de lado, desesperaba buscando el modo de conseguir una oportunidad con la que demostrar su valía y obtener merecido reconocimiento.
 Y la oportunidad se la sirvió el propio Zadic en bandeja mucho antes de lo esperado.
 La noche de su nombramiento, todos salieron a celebrarlo. Zadic, como siempre, bebía a alarmante velocidad sin prestar atención a su hermano pequeño, que vertía en el suelo discretamente cada vaso que Zadic le ofrecía y dejaba que este trasegara jarro tras jarro hasta que el evidente estado de embriaguez del mayor fue suficiente para iniciar su plan.
—Oye Zadic, entonces te gusta Yalina ¿no?
—bueno, como cualquier otra zorra con buen culo, aunque hay que decir que de tetas no es que ande muy servida.
—te digo esto porque al parecer tu si le gustas a ella, y me dio a entender que, si querías, te esperaría en tu casa esta noche —Zadic soltó una carcajada —sabía que en el fondo le gustaba, son todas iguales, se hacen de rogar pero la realidad es que están deseando que les metas la polla— Kapheli continuó hablando al oído de su hermano —¿y porqué no vas ahora que aún no estás demasiado borracho?, tu casa no dista mucho de aquí. Yo podría acompañarte si quieres —Zadic sonrió con una libidinosa expresión en el rostro. Ya percibía otra muesca en su cinturón y la perspectiva no le resultaba en nada desagradable —vayamos pues —dijo levantándose de súbito, si bien el exceso de vino le obligó a apoyarse de nuevo en la mesa.
 Recorrieron haciendo eses las calles, apoyados el uno sobre el otro y cantando a voz en cuello canciones tabernarias. Zadic refería de vez en cuando las obscenidades que tenía en mente para con la joven que en apariencia le esperaba a escasos metros. Una fuerte tormenta eléctrica tronaba entre fogonazos que iluminaban fugazmente la noche, Zadic se quejó —mierda, mañana volverá la lluvia, como esto siga así me van a salir setas en los cojones —el hermano le respondió con una socarrona sonrisa —conociendo tu poco amor por el baño seguro que esas supuestas setas hace mucho que te acompañan —los dos rieron cómplices la chanza. De este modo, entre bromas y canciones llegaron a la casa. La puerta principal estaba cerrada. Zadic la aporreó con saña —Yalina, abre, aquí estoy, como querías, vete abriendo las piernas que te voy a hacer olvidar a este pequeño bastardo, ¡Yalina!— Kapheli le instó a bajar la voz— Espera, no seas bruto, ella no ha podido abrir la puerta, no tiene llave,  me dijo que entraras primero y ella vendría con discreción en cuanto te viera pasar, no quiere que le vean entrando en tu casa y que todos sepan que ha yacido contigo —Zadic rió ebrio —pero si al final se van a enterar, pienso decirlo a la menor ocasión —el hermano pequeño le insistió —de todos modos será mejor que entres y esperes, ahí enfrente la gente nos mira con cara de pocos amigos —Zadic se desembarazó de su hermano —que les jodan, hoy yo follaré y ellos no, ¡volved a vuestras miserables vidas, pescadores!— gritó entre vahos de alcohol —hermanito, gracias por todo, la verdad es que pensé que me guardarías rencor por habérmela intentado tirar esta mañana, pero veo que eres mejor de lo que pensaba. A partir de aquí seguiré yo solo, aunque te quiero, no quiero tenerte cerca cuando me la esté tirando, confío en que lo entenderás —entre risas Zadic intentó en vano acertar con la llave en la cerradura de la ostentosa casa en la que vivía. Kapheli, terminó el trabajo por él y  una vez el mayor había entrado en dirección al dormitorio, cerró con un fuerte portazo, se guardó las llaves y se alejó visiblemente calle abajo para desaparecer entre las sombras que la luna proyectaba desde los aleros de los tejados.
 Zadic llegó al dormitorio y al tercer intento, consiguió quitarse una de las botas, con un estruendoso batacazo y una maldición, cayó al suelo al intentar quitarse la otra  Desistió al poco, y mientras sus ojos se acostumbraban a la escasa luz con que la luna iluminaba la estancia, se arrastró hasta la cama y se tumbó en ella.
—¡Yalina!, ¡Yalina ven aquí!, tu heroico guerrero ya ha llegado —Con una mente dominada por el vino, pensó que la joven estaría al caer de modo que, divertido, decidió darle una sorpresa y esperarle tumbado como estaba en la cama. Se desnudó no si esfuerzo y excitado por la promesa de un buen revolcón, se quedó dormido entre ronquidos con olor a vino. Al poco una sombra silenciosa se coló por la ventana que daba al dormitorio.

 Al día siguiente la lluvia caía de nuevo y corría con fuerza por las embarradas calles de la ciudad. Yalina, que dormía arrebujada entre las mantas refugiándose de la fría humedad vio sobresaltada cómo cuatro exploradores invisibles entraban en tromba hasta su dormitorio y la maniataban medio desnuda como estaba. Le arrastraron entre insultos de una chusma que se agolpaba bajo la lluvia y les seguía en una procesión que llegó hasta la plaza de la casa consistorial. Una vez allí le tiraron al suelo rodeada por la enfervorecida multitud que pedía su muerte entre insultos y salivazos y cuyos ánimos no parecían enfriarse con la pertinaz cortina de agua que les envolvía. Yalina no sabía qué pasaba, nadie le había dicho aún porqué estaba allí.
 Pasado un interminable intervalo de tiempo, apareció por fin entre la multitud un sombrío Kapheli precediendo a los miembros del círculo. Caminaba pausado mientras el gentío le abría paso amontonándose a sus flancos. De este modo arribó hasta una temblorosa Yalina que, esperanzada, confiaba en que su antiguo instructor le diera alguna explicación del porqué de todo aquello. Kapheli con una visible mueca de desprecio se situó frente a ella e hizo acallar a la chusma.
—Ciudadanos de Rivera, calmaos. Guardad silencio os lo ruego. Sabéis todos porqué os hemos traído aquí si bien no he de ser yo quien hable, ya que el dolor que me embarga en estos momentos no haría más que encender vuestros corazones y no deseo influir en el justo juicio de nuestro amado Círculo. Si el amor que profesaba por mi querido hermano es de todos conocido, más dolor me causa que su muerte haya venido de aquella en quien deposité mi confianza y reconocimiento. Cuán amargo no habrá sido para mí el enterarme de que la vil mano ejecutora utilizó además para su crimen el propio cuchillo que con tanto orgullo le obsequié. Qué cruel mente podría siquiera planear algo tan morboso y vil. Es algo que por mucho que me repita no alcanzo a comprender: la persona en la que mi respeto y amor fueron depositados, mató a mi propio hermano con el mismo cuchillo que le fue entregado en prenda de tal cariño.
 Acaso lo hizo riéndose de mi propia ingenuidad. Eso es algo que desconozco, pero si os solicito, oh venerados gobernantes, que la juzguéis con justicia y en vuestra sentencia no utilicéis mi dolor para tratarle con excesiva severidad. Ahora callaré para que los amados miembros del Círculo hablen.
 El portavoz de los miembros del círculo, un anciano de corto y cano cabello llamado Alabutar Parah se adelantó y se situó frente a la aturdida Yalina que nada comprendía.

—Yalina hija del difunto Yruni. Esta madrugada del vigesimotercer día de primavera del año 613 desde que el Santo Mulahj viniera a caminar con nosotros los mortales, el asistente del que fuera jefe de los exploradores invisibles y nuevo comandante en jefe de Rivera, encontró al mismo degollado en su propia cama, junto a él, el cuchillo que su propio hermano te había obsequiado como prenda por tus logros como exploradora, aparecía manchado de la sangre del difunto Zadic, al que los Doce otorguen la vida eterna. Por si esta prueba no fuera suficiente, entre las ropas del comandante asesinado, pudieron encontrar una bandana. Bandana que todos aquellos exploradores a quienes se les ha preguntado afirman sin lugar a dudas te pertenece. Encontraron las llaves de la casa de Zadic cerca de tu casa, ni siquiera estaban ocultas pues fácilmente las hallaron arrojadas entre la maleza de alrededor. Pero aún hay más, testigos presenciales, afirman haber visto en la noche de ayer al propio Zadic gritar tu nombre a las puertas de su casa y también desde el interior de ella. Por todos estos testimonios y pruebas, consideramos que hay razones más que suficientes para creerte culpable del asesinato del Jefe de exploradores. No obstante, en atención a la petición del propio Kapheli, hermano del finado, te damos uso de la palabra para que intentes argumentar algún motivo que nos haga cambiar el veredicto. Habla pues ahora y que sea este alegato tu salvación o tu fin.

 La mente de Yalina funcionaba en estos momentos a velocidad vertiginosa. Hacía retrospectiva de los últimos días y no podía creer lo que sucedía. Nada hecho por Kapheli había sido al azar. Él sabía que el círculo se reuniría, sabía que nombrarían a Zadic comandante y de este modo escenificó toda una urdimbre de falsas pruebas, asegurándose de que todas y cada una de ellas hubieran sido bien identificadas por testigos. Se había asegurado de que vieran a ambos hermanos beber y reír juntos, de que vieran cómo regalaba su cuchillo a Yalina, de que la bandana utilizada como prueba fuera conocida por todos. La trampa se había cerrado y le había pillado completamente desprevenida. El muy rastrero lo había planeado todo, con Zadic fuera de juego, sólo una cabeza visible quedaba para comandar el inminente ataque al clan del hacha mellada, pero faltaba algo clave, un motivo, Yalina no tenía motivos para matar a Zadic, ¿porqué hacerlo entonces?, creyendo encontrar en ello la clave de su exoneración se dirigió así a los miembros Círculo —mis señores, respondedme a esto si es que podéis, ¿por qué iba yo a matar a Zadic?, ¿qué ganaría yo con ello?, nada me relacionaba con el salvo mi pertenencia al cuerpo de exploradores, su muerte en bien poco podría beneficiarme, no obstante, de todos es sabido que si que había alguien que se beneficiaría enormemente de la muerte del mismo y no es otro que su hermano pequeño Kapheli —un murmullo de indignación surgió de entre los presentes rápidamente acallado por el portavoz —¿o no es cierto acaso que el cargo de comandante de los exploradores pasará a sus manos dadas las nuevas circunstancias?, en lo referente a las pruebas que presentáis contra mí son todas parte de un taimado plan para deshacerse de Zadic como obstáculo hacia la ansiada comandancia. La daga cuya propiedad me atribuís no es tal, pues si bien es similar, la que Kapheli me obsequió se encuentra en estos momentos en mi casa, mandad a alguien a buscarla y lo comprobareis. La bandana por el contrario si es mía. Mía lo fue hasta que se la obsequié a Kapheli como prenda de fortuna. Por otro lado, cómo llegaron las llaves hasta mi casa no es difícil de entender, cualquiera las podría haber dejado allí después de cometer el asesinato con clara intención de incriminarme,  sólo la causa por la que Zadic gritara mi nombre en su casa me es desconocida, pero de buen seguro que Kapheli algo tuvo que ver —los murmullos de la plaza crecieron hasta que Kapheli tomó la palabra —miembros del Círculo, de todos es conocido el profundo amor que sentía por mi hermano, todos nos habéis visto salir de batida juntos, guerrear, volver victoriosos y beber hasta hartarnos para celebrarlo. Porqué me pregunto iba yo a mudar mi amor hacia él de un día para otro y cambiarlo todo por un simple cargo pasajero. Si ha de servir para esclarecer mi inocencia y demostrar quién es el verdadero culpable, desde ahora renuncio a mis aspiraciones a ese cargo. ¿Acaso soy yo alguien capaz de matar a mi propio hermano por algo tan nimio? —de entre los presentes comenzaron a surgir indignados gritos de negación y vítores a Kapheli como nuevo comandante —¿acaso los que me conocen puedan decir que no profesaba un profundo amor por mi hermano? pues fue además por ese amor que nos unía por el que no hace mucho me confió que había estado frecuentando a Yalina, y que esta le acusaba de haber quedado encinta como fruto de sus encuentros, que desesperada por la negativa de Zadic de reconocer al bastardo había amenazado con matarle. Todos aquí conocían la afición de mi hermano por las mujeres y su desmedida pasión por todo aquello que tuviera que ver con faldas —una risa de complicidad creció por toda la plaza —pero desde aquí os pregunto ¿acaso es causa suficiente para matar a un hombre?, si tan segura estaba de que la semilla era de Zadic, porqué no acudió pues al Círculo para solicitar justicia. La respuesta la encontrareis de inmediato y está en que al mismo tiempo que frecuentaba el lecho de mi hermano, acudía en secreto al mío, por eso, porque no sabía quien era realmente el padre, intentó chantajear a aquél de los hermanos que más éxito había obtenido, intentando asegurarse con ello un porvenir reposado. Y como prueba de lo que digo aquí os muestro algo que disipará vuestras dudas. Efectivamente la daga que obsequié a Yalina tenía una hermana gemela, pues para dos hermanos se hicieron si bien uno nunca llegó a poseer la suya. Esta es la hermana de la daga que mató a Zadic —y diciendo esto extrajo de su camisa la misma daga que dos noches antes obsequiara a Yalina. Poco le había costado colarse en casa de la guerrera aquella misma mañana al poco de ser prendida por los exploradores. El golpe de efecto fue demoledor. La chusma enfervorecida empujaba el delgado cordón de exploradores que impedía un linchamiento en la misma plaza.
 Yalina se derrumbó entre lágrimas. Ya daba igual. Kapheli había ganado. Se sometió a su destino con la única esperanza de que todo acabara pronto. El anciano portavoz hablo de nuevo —Yalina hija de Yruni, no hay pues necesidad de oír más, los miembros de este venerable consejo te consideramos culpable. Morirás en el amanecer del tercer día a partir de hoy y la muerte será en nasa. Tu cuerpo será sumergido hasta el cuello en una trampa para peces, tus extremidades serán abiertas con cuchillos para que la sangre brote de ellas y tu carne será devorada hasta que mueras por los carroñeros y depredadores que pueblan nuestra costa, si es que ellos quieren alimentarse de tu depreciable carne —en ese momento Kapheli habló por última vez dirigiéndose al consejo —venerados miembros del consejo y ciudadanos de Rivera, si me lo permitís quisiera hacer una petición como hermano del difunto Zadic y como afectado directo por este crimen —perplejo el anciano le invitó a seguir —os solicitaría una merced poco común, pero no es para la asesina de mi hermano, sino para el niño que crece en su interior, pues si bien no sabemos si es vástago de Zadic o mío, no es menos cierto  que sería injusto condenar tan gravemente a la criatura por el delito de su madre. Os solicito pues mudéis la pena de muerte en nasa por la de destierro, dando pues así la oportunidad al posible descendiente de Zadic de convertirse en un hombre de honor pese a la desafortunada suerte que le otorgó tan despreciable madre —todos aclamaron el gesto de Kapheli, alababan su buen corazón y de nuevo le llamaban comandante entre vítores, finalmente, y tras consultar con los demás miembros del Círculo, la voz del portavoz se dejó oír —así  sea, en atención a la misericordiosa petición de nuestro querido Kapheli, condenamos a Yalina-Yak a la pena de destierro de por vida bajo pena de muerte en caso de incumplimiento y la pena se hará efectiva de inmediato. Si alguien viere a la rea a menos de cien leguas de nuestra amada ciudad la sentencia anterior será ejecutada. Que así se cumpla en nombre de los Perfectos. Vilye av villije.
—Vilye av villije —respondieron todos al unísono.

 Y en estas se vio Yalina. Cerca de dos horas después era escoltada por sus antiguos compañeros hasta el camino que corría hacia el sur por entre el bosque Siksikan. Todos la miraban con desprecio en la silenciosa marcha. Ni siquiera le dieron sus armas. Apenas una daga roma y algo de ropa con que cubrirse fue el avituallamiento que pudo conseguir, sorprendentemente también le devolvieron su bandana, quizás para poder reconocerla si se acercaba de nuevo a la ciudad.
 Ahora era Yalina la desterrada. Yalina-Yak sería ahora su nombre. Maldita, vilipendiada, humillada y traicionada. Eso es lo que más le dolía, la traición.

 Con esos negros pensamientos en mente descendía por el embarrado camino que llevaba a Rihus. La tarde comenzó a caer, el día había transcurrido rápido bajo la incesante lluvia pero a ella le parecía que había durado una eternidad. Su vida había cambiado de la noche a la mañana y un incierto futuro se abría ante sus ojos entre la gris cortina de agua que le envolvía.
 Estaba hambrienta, un calambre en el estómago le recordó que no había comido nada desde la noche anterior. Al menos de sed no moriría, eso seguro. Se adentró en el bosque dejando atrás el lodoso camino. Con suerte encontraría algún animal atrapado en el barro, aunque bien pensado, ante la imposibilidad de encender un fuego en tan difíciles condiciones no sabía si prefería encontrar nueces, bayas o raíces comestibles. La carne cruda no era su plato preferido ni mucho menos.
 Avanzó con cautela, más por costumbre que por necesidad, pues el silencio no era necesario cuando toneladas de agua caían a tu alrededor a cada segundo. Nada se veía a tres codos escasos y las sombras, se desdibujaban cada vez más con el avance del sol hacia poniente.
 Pasada una hora, quizás más, se encontraba algo desorientada intentando averiguar dónde estaba el este, lamentablemente la posición del sol era prácticamente indetectable con ese clima y bajo los árboles, todas las sombras se proyectaban en la misma dirección, es decir, ninguna.
 Se sentó bajo el dudoso cobijo de un pino negral cuyas gruesas raíces habían quedado al descubierto entre las improvisadas torrenteras. La corteza de un ceniciento gris blancuzco era casi invisible a esa luz. Cerró los ojos mientras el agua chorreaba de su cabello. Cubrió su rostro con la bandana en un vano intento por abrigarse, al poco, el agua lanzó desde las ramas una piña que cayó junto a sus pies. Desconfiada la recogió para descubrir con cierto alivio un interior preñado de piñones maduros. Quizás fuera poca comida, pero era mejor que nada. Se levantó en busca de más piñas. Avanzó rastreando el suelo y recogiendo el en ese momento preciado manjar que salpicaba aquí y allá el terreno flotando entre los charcos, así en su búsqueda encontró una inesperada sorpresa. En un cepo, una pequeña liebre muerta se veía atrapada por el cuello. Yalina decidió cogerla, nunca se sabía cuándo volvería a comer y, si la carne no había comenzado a descomponerse, y todo apuntaba a que no, esa comida podría ser la diferencia entre la vida y la muerte. Uso la daga para liberar con un movimiento de sierra al pequeño animal de la trampa.
 Todo ocurrió rápido. Un lazo apareció desde la profundidad del anegado terreno atrapándole los pies, su cuerpo subió a vertiginosa velocidad hacia lo alto del pino en el que no hacía ni dos minutos había estado sentada abriendo piñones con el pomo de la daga. Cerca de ella sonó el fuerte chapoteo que hizo al caer el que probablemente sería el contrapeso que la izaba hacia una muerte lenta. Desorientada, vio el suelo alejarse de ella veloz mientras a la mortecina luz del ocaso, el paisaje giraba difuso a su alrededor.
 Intentó mantener la calma. El agua de la incesante lluvia caía por su cuerpo para ir a morir a la bandana que le cubría el rostro. Afortunadamente no había soltado la daga con el sobresalto y aún la aferraba entre sus resbaladizos dedos empapados. Agotada por la desnutrición y el cansancio de la jornada, extrajo fuerzas de la desesperación para incorporarse hasta, con la mano libre, poder aferrar la soga que le atrapaba los tobillos. Lo consiguió al tercer intento. Comenzó a serrar la soga con cuidado, pues, si esta se seccionaba por completo y ella caía al vacío desde una altura que calculaba en más de diez varas, la muerte era más que segura. De nada sirvió, por algún motivo la soga no se cortaba. Frenética y entre gemidos de esfuerzo serraba el lazo de alrededor de sus tobillos para comprobar desesperada que el filo de la daga era incapaz de penetrar esa endiablada cuerda. Dolorida por la postura y extenuada por toda una jornada de infortunios, se dejó caer bocabajo en toda su extensión. <<Hasta aquí había llegado entonces Yalina>> pensó. Ya no sería exploradora, ya nos sería nada, sólo un cadáver colgado de un pino como un jurel puesto a ahumar que se pudriría y agusanaría bajo una cortina de agua. Y entonces una sombra en el suelo se movió. Apenas si podía discernirla a la escasa luz del inminente anochecer. Una forma humana parecía observarla, ella se mantuvo en silencio. Nada le indicaba si la persona de allí abajo le ayudaría o le degollaría nada más tenerla a su alcance, de modo que prefirió dejar que quien quiera que fuere tomara la iniciativa. Y lo hizo, pero al hacerlo Yalina comprobó una vez más que los Perfectos se estaban divirtiendo con la guerrera sometiéndole a todo tipo de burlas, pues la figura de allí abajo se hundió repentinamente hasta el pecho entre la profundidad de las raíces del mismo pino del que ella colgaba cuando parecía que iba a liberarla de su trampa. Yalina en ese momento se desmayó exhausta.
 Algo que en mitad de su sueño sonó a un maullido le despertó. Debían haber pasado varias horas porque al volver a la consciencia la sangre había bajado hasta su cabeza sometiéndole a un dolor espantoso. Notaba la presión dentro de su cráneo a cada latido del corazón, por suerte la mordedura del lazo en sus pies apenas era perceptible, la misma sangre que le inundaba la cabeza apenas si llegaba a sus entumecidas y heladas extremidades. No obstante, todas estas circunstancias pasaron a segundo plano en cuanto miró hacia el suelo, una dramática escena se desarrollaba allí abajo.
 La persona que la noche anterior había quedado atrapada por el lodo seguía en su trampa, pero esta vez estaba acompañada. Un enorme animal estaba frente al indefenso personaje de allá en tierra y daba la impresión de aprontarse para el ataque. En un irreflexivo reflejo, Yalina lanzó su daga contra la amenazante sombra animal que con un maullido de protesta saltó ágil hacia un lado. La sombra en la raíz del árbol no tardó en reaccionar, agarró la daga justo a tiempo para frenar el salto del veloz atacante que ensartado contra la misma, yacía ahora sin vida a escasos centímetros de su semienterrada víctima. Poco faltó a Yalina para convertirse a buen seguro en el segundo plato del día de aquella mortal fiera.
 En tierra, la otra sombra forcejeó para salir de la lodosa trampa y, al cabo, Yalina aliviada se dio cuenta de que le estaba dejando caer lentamente hacia el suelo, si bien a algo más de dos varas de este, soltó de golpe su cuerpo que golpeó contra el embarrado terreno.
 La guerrera rápidamente hizo acopio de su determinación y se liberó de la soga que le laceraba como una mordedura los tobillos. Dolorida y agotada se puso en pié y se enfrentó a quien aún no sabía seguro si sería su liberador o su captor. Se acercó despacio, la escasa luz de la mañana dibujó ante si a un enorme orco que sujetaba bajo la escasa lluvia matinal la propia daga de Yalina en posición defensiva y, aliviada, reconoció la cara de la enorme criatura que tenía frente a sí. Ahora comenzaba a sospechar que los Perfectos habían trazado un plan para ella, que nada se disponía al azar, pues el orco que le acababa de salvar la vida, era el mismo que hacía un escaso par de días la guerrera había decidido no matar.