El pueblo de Rivera en la desembocadura más septentrional del Tresdeltas
El sentimiento de odio y
frustración que invadía a Yalina en esos momentos intentaba salir al exterior
en forma de lágrimas, no era sino por su fiera determinación que estas no
llegaran más que a humedecer sus ojos. Desterrada, la misma palabra le sonaba
increíble al pronunciarla. Desterrada ella, después de tanto esfuerzo, de tanto
pelear, se veía abandonada a merced de los elementos, sin amigos, sin familia,
sin ningún sitio al que ir. Vagaba solitaria por el bosque Siksikan maldiciendo
a todo su poblado y en especial a los estúpidos miembros del Círculo, que
habían proferido la fatal sentencia.
Desterrada, no le escucharon al defenderse,
prefirieron creer a ese sucio rastrero asesino. De haber sospechado el
desenlace su hubiera cuidado de aproximarse a su acusador. Pero ya era tarde y
no tenía remedio. En su interior intentaba creer que podría llegar a vengarse,
que volvería al cochambroso pueblo de pescadores y pasaría a cuchillo a todos y
cada uno de los miembros del círculo y en especial al cerdo de Kapheli. Le
acusó, el muy rastrero le acusó delante de todos y lo peor es que ella sabía
que lo había asesinado él.
Todavía no
entendía cómo no se había dado cuenta de la auténtica naturaleza del que fuera
su instructor y menos aún después de haber compartido su lecho. Evocaba ese día
torciendo el gesto de los labios con asco. Pensar que ese bastardo había estado
dentro de ella le revolvía el estómago, pero lo que más le dolía es que tras
una única noche juntos, había llegado a quererle. Al fin y al cabo fue él quien
le instó a convertirse en miembro del grupo de guerreros, fue él quien le
enseño a luchar, ¿por qué entonces esa traición, acaso era esto lo que había querido
conseguir de ella desde el principio, una culpable para su crimen?.
Todas estas preguntas se agolpaban en su cabeza
mientras descendía en dirección sur por el camino que unía Rivera con Rihus, la
capital de la provincia oriental de Oga-Tarah. Pensaba que una vez allí podría
ganarse la vida como cazadora, guardaespaldas, mercenaria o lo que quiera que
alguien con dinero pudiera ofrecerle a cambio de sus habilidades en combate. La
lluvia proveniente del oeste era asfixiante y tenía el paisaje sumido en un
lodazal pardo que le atrapaba a uno los pies a cada zancada.
Recordaba el día de su consagración como
guerrera. Aquella mañana habían partido en una patrulla de ocho guerreros
capitaneada por Kapheli. El bautismo de fuego de todo guerrero era enfrentarse
a un miembro del clan orco que, desde hacía ya demasiados años, asolaba
incesante la zona boscosa que se adentraba a unos setenta kilómetros de la
desembocadura norte del Tresdeltas. Durante mucho tiempo, estos orcos que
habían asentado su poblado junto al brazo del río, se habían dedicado a saquear
y cazar sin compasión a todo hombre mujer o niño que se alejara demasiado de
los caminos o se adentrara imprudente en la zona menos vigilada del bosque.
Esto hacía cada vez más necesarias las patrullas de guerreros que mantuvieran
la seguridad de los alrededores de Rivera y que garantizaran el paso de las
incesantes carretas de salsa de pescado en salmuera que como motor económico
del pueblo, eran enviadas a Rihus a cambio de auténticas fortunas en oro y
plata. Ciertamente Yalina no compartía el gusto por esa salsa que a su parecer
sabía a podrido, pero indiferente agradecía el sorprendente crecimiento
económico que había supuesto esta moda en su humilde poblado. Por lo visto la
salsa se servía ya en las más selectas mesas de todo Oga-Tarah y el nombre que
sus exportadores de Rihus le habían puesto era "Cathoi" o
"burbujeante", aludiendo al efecto del maloliente fermento que
producía en los toneles en que se almacenaba.
La mañana de su bautismo se presentaba
tranquila, las lluvias que inundaban toda la zona desde el oeste habían cesado
brevemente como para dar un respiro a un sobresaturado paisaje y el sol,
asomaba tímido por entre las ramas calentando la húmeda tierra y a la partida
de rastreo en su avance por el camino.
Iban distraídos hablando en voz alta entre
ellos, cantando y compartiendo un odre de vino dulce que les caldeaba el cuerpo
y el espíritu. Una larga y característica bandana verdosa identificaba a
Yalina cayendo por su espalda desde su cabello recogido. Siempre llevaba esa prenda,
se sujetaba el pelo con ella al tiempo que la utilizaba a modo de embozo cuando
le era necesario camuflarse. Su concentración era absoluta. Caminaba solitaria
en muda avanzadilla a unos pocos metros del resto del grupo. Sabía que mucho
dependía de ese día. Había entrenado duro, más que cualquier otro guerrero o
guerrera. Quería que su nombre fuera admirado y respetado en las noches de
fiesta, junto a las fogatas de los banquetes, en los mentideros del mercado.
Pero una duda asomaba insistente en su mente. Había algo que no sabía si podría
hacer ya que nunca lo había comprobado. Temía no ser capaz de quitar otra vida.
Se repetía a si misma que los orcos no eran más
que animales, que merecían ser exterminados. Durante años habían cazado a sus
paisanos sin piedad para venderlos y torturarlos, había leyendas de terribles
juegos de crueldad inimaginable, de gentes despedazadas por los perros,
devoradas por los cerdos, despellejadas, empaladas, quemadas vivas…..
Todo esto fortalecía la determinación de Yalina,
pero sabía que el único modo de probarse a sí misma sería en el mismo combate y
este cada vez estaba más cercano.
Estando en estos pensamientos no se dio cuenta
de que Kapheli caminaba ahora a su lado con una sonrisa paternal en los labios.
—¿nerviosa?
—no más de lo normal supongo
—no debes estarlo, te he preparado durante meses para
este momento, eres mi mejor aprendiz y lo sabes. Todo irá bien.
Yalina asintió con gesto adusto y siguió
avanzando en silencio con el imponente guerrero caminando junto a ella. Tras
sus pasos, se entreoían comentarios de chanza del resto del grupo que no podía
evitar bromas de dudoso gusto aludiendo a las femeninas formas de la aspirante.
Kapheli les hacía callar divertido participando a medias del jocoso ambiente. A
Yalina todo eso le daba igual, era una mujer fuerte y después de ese día ya
nadie le miraría como a una simple hembra, a partir de ese día le mirarían como
a una auténtica guerrera.
—¿has pensado ya que arma vas a usar?
—el mayal de púas
—¿el mayal?, ¿porqué?, lo tuyo es la espada blanda.
—si, lo es, pero eso ya lo saben todos. Quiero que hoy
me veáis vencer con un arma que no es mi especialidad, hoy todos entenderán
quién soy.
—me parece bien, pero ten cuidado, sabes que no
podremos ayudarte si el otro vence, son las normas. Si te vence, le dejaremos
que te mate y después se marchará.
—no vencerá
Yalina apretó el paso para adelantarse. No
quería distracciones. Con ojos inquisitivos buscaba en derredor cualquier
indicio de su presa. Estaban ya cerca de la zona de acción de los orcos y el
poblado de esos animales apenas distaba unos veinte kilómetros de donde se
encontraban. Se estaba levantando viento y este le soplaba constante en la cara
a medida que avanzaban. De improviso paró en seco en mitad del camino. Instintivamente
se encorvó sobre si misma para evitar ser detectada. Alzó una mano para alertar
al resto de la partida. Todos callaron y se agacharon a su vez. Kapheli,
agazapado, se acercó en silencio hasta ella para observar desde su posición.
Frente a ellos, en mitad del camino, una imponente figura se alzaba de espaldas
a los guerreros a pocos metros de un enorme olivo hueco. Era un orco, Yalina
estaba impresionada, nunca había visto uno tan de cerca, calculaba que debía
pesar unos ciento veinte kilos de musculosa carne verdosa oscura, casi negra.
Iba ataviado con burdas prendas de cuero curtido y no parecía ir armado.
—¿Está sólo? —preguntó al guerrero.
—parece que si, espera aquí, nosotros le capturaremos
primero y luego podrás ocuparte de él
—id con cuidado, podría ser un explorador
—parece más un trampero, no te preocupes, no tiene
nada que hacer. Ven a mi señal.
En silencio, hizo gesto al resto de la partida
para que se acercaran, sabían que los orcos tenían un olfato endiablado, pero
esta vez el viento jugaba a su favor, de otro modo ya habría escapado antes de
que le hubieran podido ver.
Los guerreros avanzaron silenciosos en grupo,
agachados. Acostumbrados a este tipo de batidas nada de sus vestimentas era
llevado al azar. Sus ropas, verdosas, eran de mullido algodón, sus correajes
eran de cuerda, las armas se enfundaban en gruesas telas que embotaran el
tintineo del metal. Su especialidad era el silencio, la emboscada y la
sorpresa.
Por fin, armados con afiladas azagayas cayeron
sobre el desprevenido orco. Apenas una fracción de segundo bastó para rodearle
con las puntas de fino metal amolado con vehemencia durante la noche anterior.
El orco parecía asustado, le habían pillado completamente por sorpresa. Kapheli
con un gesto de triunfo miró hacia atrás e hizo señas a Yalina, esta se
aproximó tensa mayal en mano.
—Abridle paso.
Kapheli lanzó una maza a los pies del orco.
Yalina llegó por fin hasta la enorme criatura.
Le miraba anonadada hacia unos ojos que se alzaban al menos una cabeza por
encima de los suyos. Estaba aterrada. No se veía capaz de vencer a esa bestia.
Era imposible, ella apenas si pesaba cuarenta y cinco kilos. Era fuerte si, y
ágil, pero la desproporción en tamaño y corpulencia era abismal. Un solo golpe
de maza por parte del orco y estaría acabada.
Se puso frente a él. Los miembros de la partida
dieron un paso atrás. El orco, permanecía pasmado sin comprender con la maza a
los pies. Yalina esperó. No hizo nada.
—Coge la maza —le espetó. Nada.
—¡Cógela! —volvió a gritarle mientras furiosa le
golpeó con el mango de su arma en la mano. El otro seguía paralizado.
Finalmente Kapheli que observaba toda la escena en
silencio, recogió precavido el arma del suelo y obligó al orco a agarrarla para
volver de nuevo a su anterior posición.
Yalina observaba al orco desconcertada. ¿Porqué no le
atacaba?, ¿acaso jugaba con ella?, ¿se burlaba de la insignificante aprendiz de
guerrero que inofensiva se erguía pequeña frente a él? De improviso un rayo de
comprensión le iluminó fugaz: Le tenía miedo. Estaba paralizado por el miedo.
Eso sí que no lo podía esperar. El poderoso orco, de imponentes hombros y
colmillos de fiera le temía a ella, una hembra humana. Entonces decidió atacar.
Saltó sobre él como una exhalación gritando mientras golpeaba con fuerza en
dirección a su cabeza. El orco se cubrió con el brazo y desvió el golpe. La
sangre brotó. Volvió a golpear una y otra vez, el orco comenzó a defenderse y a
devolver los golpes. ¿Pasaron segundos u horas? Yalina recordaría
posteriormente el combate ralentizado y eterno, pese a que apenas unos minutos
había durado en realidad. Finalmente consiguió tumbarle. El orco yacía a sus
pies, la guerrera estaba embriagada de triunfo, los demás la jaleaban y
animaban.
Y al final, cuando saboreaba por fin la derrota
del temible gigante, este hizo algo que tiró por tierra todo el esfuerzo.
Se puso a llorar.
El inmenso orco cubierto de sangre y mugre
sollozaba entre hipidos y extrañas palabras en su lengua. Había pasado de
convertirse en un digno adversario a balbucear entre lágrimas algo que sonaba a
una petición de clemencia. Yalina estaba furiosa, le había robado la gloria. Un
guerrero digno no llora. Lucha y muere. No había honor en esta victoria. Desesperada
comenzó a patearle —¡levántate, lucha! —el orco permanecía hecho un tembloroso
ovillo sanguinolento —¡pelea maldito cobarde, levántate y lucha! —todos
alrededor miraban divertidos la escena. Yalina no podía creer que el enorme
orco no se defendiera, si no lo hacía, no le podría matar con honor y todo esto
no habría servido de nada. No sabía qué hacer. Finalmente se rindió. El orco le
había robado la gloria del combate. Se acercó a Kapheli y cogió una afilada
daga de sus manos. Se acercó al orco, le apoyó la punta del cuchillo en la nuca
con la intención de rematarlo. Un golpe seco en la médula bastaría, así toda
esta pesadilla podría terminar. De improviso el orco se dio media vuelta y se
le quedó mirando a los ojos en una extraña súplica de compasión. Yalina estaba
desconcertada. Le miró pensativa. El orco parecía desvalido pese a su tamaño.
Fue entonces cuando se dio cuenta de que no quería matarlo, que no podía
matarlo. Fingió desprecio. Se irguió sobre él y forzó una sonrisa —este cerdo
llorón no merece la pena, no mancharé una bonita daga con sus asquerosos mocos
—se levantó la falda y comenzó a orinarle encima. El orco esta vez se derrumbó
como un niño, Yalina seguía sobre él con el corazón encogido, quería que todo
acabara cuanto antes. Tras cubrir su desnudez escupió al orco, se dio media
vuelta y se marchó con una convincente expresión de triunfo en la cara. No
quería que los demás vieran que en realidad no le había matado por lástima, que
había sido incapaz —dame ese vino, vámonos de aquí, ese mierda llorón ha tenido
su merecido, esta noche la primera ronda en la taberna de la Sirena Borracha la
pago yo.
Todos comenzaron a caminar alejándose del lugar
de los hechos. Yalina, fugazmente observó por el rabillo del ojo al tembloroso
bulto que yacía en el camino cada vez más en la distancia. Tragó sus sentimientos
y continuó interpretando su papel de despiadada guerrera.
Así iniciaron el camino de vuelta entre risas y
canciones, el vino les alegraba el corazón y la anécdota protagonista de toda
la conversación era la humillante derrota que Yalina había infligido al orco.
Caminaron todo el día hasta llegar al poblado casi con la puesta del sol. Las
sombras de las casas de madera y adobe, se alargaban rojizas en dirección este
mientras que el mar, oscuro, se perdía en el horizonte hacia tierras
desconocidas.
Todo el pueblo salió a recibirles, rápidamente
la anécdota se extendió como el fuego en un pajar, la historia creció a cada
ocasión que era contada, Yalina se había consagrado como una guerrera y las
celebraciones durarían toda la noche entre carnes asadas, pescados ahumados,
cerveza, hidromiel y vino de pasas.
Una larga mesa había sido dispuesta para todos
los guerreros de la partida al fondo de la taberna de la Sirena Borracha. En el
centro de la misma, se sentaban uno junto a la otra un orgulloso y pletórico
Kapheli, que con un jarro de vino en la mano cantaba alegre canciones obscenas
mientras a su lado, Yalina reía las mismas embriagada de vino y triunfo.
Llegó el
momento de brindar y Kapheli, se levantó e hizo callar a gritos a la agitada
concurrencia. Una vez conseguida la atención deseada comenzó —Amigos,
camaradas. Hoy un nuevo explorador se une a nosotros, todos sabéis quién es,
esta guerrera ha superado con éxito todas y cada una de las pruebas a las que
se la ha sometido, incluso donde otros más grandes, más fuertes y más ágiles
fracasaron, ella triunfó y alcanzó sus metas. Así, con orgullo le abro las
puertas de nuestra formación y como jefe instructor de los cadetes nombro a
Yalina-Yak guerrera de nuestra amada ciudad, miembro de los Exploradores Invisibles
y defensora de Rivera — todos alzaron sus jarras entre gritos, Yalina alzaba la
suya a su vez y bebía pletórica. Kapheli habló de nuevo —camaradas, una cosa
más, quiero obsequiar a Yalina con un pequeño presente, le doy mi cuchillo, todos
lo conocéis, ha cortado un buen número de gargantas de orco y jamás me habréis
visto sin el al cinto. Yo hoy se lo entrego a Yalina como premio por su éxito,
esperando que la sangre de miles de enemigos tiña su hoja de nuevo —de este
modo entre el regocijo general y ante la mirada atenta de los presentes, Yalina
recibió de Kapheli una daga que se había convertido casi en objeto de culto,
pues era la que el jefe de exploradores cedía a los aspirantes a ingresar en la
formación, para que remataran a s víctima el día de su bautismo. Una y otra vez
esa daga había sido usada para rematar enemigos de Rivera y una y otra vez era
devuelta a su legítimo portador tinta en sangre. Yalina no cabía en si de
asombro y su alegría se dejó traslucir durante el resto de la noche.
Pasó la noche. Los congregados medio adormilados
ya, y agotados por la larga velada de excesos se repartían ebrios por la
taberna. En un rincón un guerrero de la partida había subido las faldas a una
camarera de generosas carnes y la montaba con furiosos bramidos contra una mesa
de la que caían los platos y jarras a cada sacudida de sus briosas embestidas.
En la misma, un pescador borracho dormía con la cara en un charco de vino a un
palmo escaso del turgente culo desnudo de la tabernera que se movía acompasado
por los empellones de su amante.
En otra mesa dos pescadores se gritaban entre
hipidos de borracho alegando razones por las que cada uno era supuestamente
mejor lanzando las redes de pesca que el otro. De camino a la puerta una pareja
de guerreros con los brazos entrelazados sobre los hombros, se dirigía
tambaleándose mientras a voz en cuello cantaban una canción sobre beber y
follar. Los jarros de vino de sus manos, salpicaban todo alrededor al compás de
la misma.
En el suelo, un joven adolescente vomitaba entre
arcadas suficiente cantidad de vino como para tumbar a un percherón.
La fiesta había acabado. Yalina y Kapheli
conversaban achispados por la bebida todavía en los asientos principales de la
mesa.
—Estás contenta
—si lo estoy, hubiera preferido que ese gigante
bobalicón hubiera peleado hasta el final, pero bueno, no me quejo, ya habrá
otra ocasión para matar orcos
—pues ahora que lo mencionas puede que esa ocasión
llegue antes de lo que piensas
—¿y eso?
—el Círculo se va a reunir mañana, están planeando una
incursión más seria contra el poblado orco. Parece ser que nos van a enviar una
partida de cien soldados desde Rihus. Naturalmente, nada está decidido aún
—¿se sabe quién dirigirá el ataque?
—aún no, pero quiero ser yo, pienso que me lo he ganado
tras tantos años de escaramuzas y de formar guerreros. Quiero probar ahora un
ataque en campo abierto
—y qué me dices de tu hermano
—¿Zadic?
—si, el ha sido jefe absoluto de los guerreros mucho
más tiempo que tu, y además tiene experiencia en la guerra. En realidad, en una
batalla abierta, él sabría mejor qué hay que hacer ¿no crees?
—supongo que sí, de todos modos no es mi decisión sino
del Círculo, con todo, me gustaría ser yo quien capitaneara el ataque
—dejemos entonces que decida el Círculo, yo por mi
parte me voy a acostar, ha sido un día largo
—en realidad pienso que podríamos alargarlo un par de
horas
—¿intentas seducirme, acaso el vino te ha bajado de
una cabeza a otra? —ella le miraba con una sonrisa burlona a escasa distancia
de su cara, juguetona, tamborileaba los dedos sobre la mesa casi en contacto
con la ancha mano de Kapheli. El masculino olor del guerrero se mezclaba con el
almizcle del pelo de Yalina. Ella estaba alegre y segura de sí misma y pensó
que, un buen revolcón podría ser apropiado remate para la jornada. Aún con todo
dejó que él diera el paso, quería probar si era capaz. Dicho y hecho, Kapheli
acercó su boca a la suya y presionó unos cálidos labios contra los suyos.
Minutos después, ambos jadeaban desnudos bajo las mantas de lana en el lecho de
Kapheli.
La noche dio paso al amanecer y furtiva, la luz
anaranjada del sol se coló por las rendijas de la ventana del dormitorio.
Dejaron pasar la mañana ociosos entre las
mantas. Dormitaban satisfechos en un cálido abrazo carente de preocupación.
Ella jugaba con el pelo de su pecho mientras él, indolente, le acariciaba la
sedosa melena. Estando en estas, de improviso la puerta de la cabaña se abrió
con un portazo, en apenas tres zancadas, Zadic, el hermano mayor de Kapheli
entró en el dormitorio violando la intimidad de los amantes. Con una sonrisa se
plantó frente al lecho.
—Veo que la noche fue larga
—Zadic, ¿acaso he de apuntalar la puerta de mi casa
cada vez que quiera algo de privacidad?, ¿qué quieres?
—tranquilo hermanito, de ti no veo nada que no haya
visto ya, y en cuanto a la preciosa guerrera que te acompaña, bueno, ¿no
querrás ser el único que disfrute de tan generosa vista verdad? —dijo esto con
una sonrisa de medio lado al tiempo que daba un minucioso repaso a la desnudez
de Yalina, ella, entre tímida y molesta, se cubrió con las mantas al tiempo que
se incorporaba sobre el colchón de heno.
—Zadic ve al grano, si sigues mirándola así vas a
acabar reventando los calzones, aunque me consta que eso en ti sería difícil
por muy ajustados que los llevaras —el mayor de los hermanos hizo caso omiso de
la chanza sobre su dotación viril, era famoso en el pueblo por sus conquistas
amorosas y desde esa seguridad, trataba a las mujeres con una arrogante
galantería que en casi todas las ocasiones daba sus frutos. Por desgracia para
él no era el caso de Yalina, ella no compartía los gustos de la mayoría de
chicas del pueblo por el atractivo soldado que, a sus treinta y dos años de
edad, lucía un bronceado torso fuerte y firme adornado por los laureles de sus
hazañas pasadas. Kapheli se impacientó —¿me dirás de una vez el porqué de
despertarme viendo tu asquerosa jeta, o te vas a quedar ahí plantado con cara
de adolescente pajillero? —Zadic sonrió.
—el Círculo se reúne en media hora, todos se
sentirían enormemente honrados si te dignaras a aparecer por allí, si es que no
estás demasiado ocupado, y veo que si…
—el Círculo, es cierto, se me ha pasado por completo
—no me extraña francamente
—cállate ya viejo verde, de acuerdo, estaré allí
enseguida, ve tu ahora y justifícame si me retraso.
—de acuerdo hermanito, hasta ahora entonces, os dejo,
señora— esto último lo pronunció untuoso inclinando la cabeza en dirección a
Yalina, que observaba la escena silenciosa.
Zadic abandonó la estancia a grandes zancadas,
Kapheli se levantó de un salto, la desnudez de su cuerpo se veía recortada en
la escasa penumbra que los postigos proporcionaban, rápido, se enfundó unos
calzones de algodón teñidos de verde bosque y una camisa de lino blanco. Un
cinturón de piel oscura ceñía su cintura al tiempo que sostenía una daga
alargada de finas cachas de madera de naranjo idéntica a la que había regalado
a Yalina unas horas antes. Frente a él, la joven observaba la escena
entretenida en sus viriles atributos a la vez que jugaba infantil con el
cabello de sobre sus hombros.
—¿Qué crees que va a pasar?
—no lo sé, Zadic siempre ha sido el favorito, pero yo
he acumulado méritos durante todos estos años, deberían darme una oportunidad.
—y qué pasará si no te la dan
—si no me la dan aceptaré el mando de mi hermano, si
esa es la voluntad del Círculo, me someteré a ella.
—¿y qué pasará conmigo?
—sea quien sea el que comande el ataque, tu estarás
entre los guerreros nóveles —un mohín de protesta asomó en el rostro de la
desnuda Yalina —ya lo sé, tú no eres como los demás bisoños, les das mil
vueltas a todos y cada uno de ellos, te he visto usar la espada blanda y eres
letal, además eres silenciosa como una brisa y rápida como una mantis, si por
mi fuera estarías en primera línea, pero las reglas están ahí, y ningún recién
iniciado puede marchar junto a los veteranos.
—inclúyeme entonces entre tus guardaespaldas
—sabes que lo haría,
pero se vería mal entre los demás guerreros, debes ser paciente. Además, estás
dando por sentado que me harán comandante y eso es algo que no tengo nada
claro. Dejemos que los acontecimientos decidan, “vilye av villije”, que se haga
la voluntad de los que la tienen.
—vilye av villije,
que así se haga —pronunció estas palabras casi de manera automática, como un
resorte, la contestación venía a los labios sin pensar, era este el lema de su
gente y la forma en que entendían la jerarquía de su pueblo. De este modo,
todos se sometían a la voluntad del círculo, pues en ellos depositaban la
voluntad de la comunidad.
—
Yalina, me gustaría llevarme tu badana, es posible que
me de suerte
—
Si así lo crees cógela, yo no la necesitaré hoy.
Kapheli
abandonó la estancia rápidamente tras detenerse un instante a besar cálido los
labios de la joven y retirar de entre el revoltijo de ropas arrancadas a la
joven la noche anterior, la bandana verdosa que con los años se había
convertido en la seña de identidad de
esta. Tras el golpe de la puerta que anunció su partida, ella se quedó
arrebujada en las mantas entre las que de improviso, descubrió enredada la
cadena que portaba el guerrero al cuello y de la que rara vez se separaba.
Yalina se devanaba la mente intentando anticiparse a la voluntad del consejo,
sabía de la importancia de la decisión, pues una votación a favor de Kapheli,
le otorgaría la oportunidad de probar su valía y le antepondría al favoritismo
sobre su sórdido hermano. Estando en estas disquisiciones sonó de nuevo la
puerta, Yalina, con una sonrisa pícara, se ciñó al cuello el colgante que
reposando ahora sobre sus senos desnudos sin duda Kapheli había vuelto a buscar
—si has venido por esto, te va a costar sacarlo de su escondite —dijo esto
juguetona al presentir la presencia de su amante acercándose al dormitorio.
Cuál no sería su desconcierto cuando en el vano de la puerta la figura que se
materializó no fue la de Kapheli sino la de su hermano mayor, que con mirada de
depredador, la observaba libidinoso apoyando ambos antebrazos en la jamba de la
puerta —lo que me he dejado aquí nada tiene que ver con ese colgante preciosa,
pero ten por seguro que anda cerca de esa zona —Yalina dio un salto desnuda
como estaba y se irguió tensa con la espalda apoyada en la pared —¿qué quieres?
—la voz le temblaba pese a que intentaba aparentar entereza —lo sabes muy bien,
y no sé porqué me da que tu quieres lo mismo —se acercó a ella lascivo y
sonriente —vete ahora y olvidaré todo esto Zadic —el soltó una carcajada —te
aseguro que esto va a ser algo que no vas a olvidar —Dio un paso hacia delante
con claras intenciones dibujadas en el rostro, Yalina aterrada buscaba algún
arma que le ayudara a disuadir al enorme guerrero del perentorio impulso que le
había llevado hasta allí. En ese momento la puerta sonó de nuevo —Soy yo —dijo
Kapheli —olvidé el colgante —Zadic se paró en seco, el hermano apareció en la
puerta y observó impertérrito la escena —¿Yalina, estás bien? —ella le contestó
aliviada —si tranquilo, tu hermano ya se iba, parece ser que olvidó decirte
algo antes de partir y me sorprendió vistiéndome —Kapheli, pensativo, miró a Zadic
—eso explica la
situación entonces ¿verdad hermano?
—lo cierto es que
tampoco tengo ninguna necesidad de explicar nada, al fin y al cabo no es tu
esposa ni mucho menos, poco le ha costado abrírsete de piernas en la primera
ocasión que ha tenido. Qué más da quién se la tire o en qué orden
Dicho esto
abandonó la habitación con una sonrisa entre dientes. Kapheli estaba rojo de
ira, Yalina le miraba aterrada —no le hagas nada, no le habría dejado tocarme,
no le hagas nada. Es sólo un infeliz que juega a dominar a las mujeres, en
realidad no es más que un pobre acomplejado. Recuerda que es tu hermano. En
este momento lo importante es la decisión del Círculo. Olvídate de lo demás.
Kapheli no dijo
nada, se acercó a ella, retiró el colgante de su cuello, lo guardó en el puño y
salió de la estancia sin pronunciar palabra. Yalina, temblorosa no sabía si por
el frío o por lo acontecido, se cubrió con las desperdigadas vestiduras que
llevara hasta allí la noche anterior.
Una vez vestida,
salió de la cabaña en dirección a la plaza principal del poblado en cuyo
edificio central en esos momentos, el círculo debía estar reunido. Caminaba
reconfortada en el cálido sol de la mañana. Por las intrincadas callejuelas,
ajetreados comerciantes y pescadores transportaban sus mercancías de aquí para
allá. Entre ellos, una jauría de pilluelos correteaba indiferente a nada que no
fueran sus juegos y travesuras.
Llegó por fin a
las puertas de la casa consistorial del pueblo. Estas, cerradas desde dentro,
no se abrirían hasta que el Círculo no llegara a una conclusión y veredicto
sobre los hechos que habrían de acontecer. Los curiosos, se agolpaban contra
ellas en un vano intento de oír lo que dentro se trataba.
Pasaron las
horas. Aburridos, quienes habían estado pegando curiosos sus orejas contra la
madera de las puertas ahora se arremolinaban en desperdigados grupos alrededor
de la entrada del edificio. Yalina esperó paciente.
Poco tiempo después,
un fuerte crujido anunció la apertura de las dos hojas de madera de pino que
habían permanecido atrancadas durante todo el cónclave. Un ujier ataviado con
una sencilla túnica de blanco algodón salió al exterior y pregonó solemne
—atención ciudadanos
de Rivera, escuchadme bien, el sabio cónclave ha decidido: una vez más nuestro
glorioso Zadic, será el jefe de los guerreros de nuestras gentes y en el
próximo ataque contra el Hacha Mellada, comandará a los nuestros hacia la
victoria. Vilye av villije
—vilye av villije
—respondieron los presentes al unísono al tiempo que vitoreaban a un exultante
Zadic que salía triunfal del consistorio flanqueado por los dignos miembros del
círculo. Tras ellos, un abatido Kapheli avanzaba como un autómata con la mirada
perdida entre el gentío.
Su cara decía todo lo que se podía decir.
Estaba convencido de que de una vez el círculo consideraría sus logros, que por
una vez tendría el la oportunidad de demostrar sus dotes de mando en algo más
que escaramuzas y pruebas a reclutas. Pero se equivocó, y sabía el porqué.
Zadic jugaba sucio. Siempre lo había hecho. A su magnética apostura añadía un
verbo fácil que, como una flecha, alcanzaba la parte más sentimental de quien
le escuchara. Era capaz de encender el fervor no sólo de la plebe, sino del
círculo en su totalidad. Sabía lo que querían oír y lo decía como querían
oírlo. Daba igual que no tuviera sentido, que lo hiciera por interés propio. La
gente lo creía igual. La gente le adoraba.
Todo venía de su supuesta participación en la
mal llamada “guerra” contra los piratas que había sucedido hace unos cinco
años. Zadic, que en aquella época no era más que un explorador, partió junto
con otros cien de su grupo comandados por el entonces jefe de exploradores, Cesio,
un hombre ya bien entrado en los cincuenta, de pelo cano y bamboleante barriga
de bebedor. Por supuesto llamar guerra a aquello era como llamar puma a un gato
de angora.
Esos supuestos piratas se habían dedicado a
abordar barcos de pesca por toda la zona de actividad de los pescadores de
rivera. Habían robado, matado, hundido y saqueado la pequeña flota pesquera de
Rivera, y una vez no quedaban marineros que despellejar, decidieron que podrían
desembarcar y seguir con sus desmanes por toda la costa. Destruyeron puestos de
pesca y almacenes de salazón, capturaron cargas enteras de barriles llenos de
cathoi, robaron carros y caballos y mataron a los carreteros y sólo entonces,
cuando la exportación del cathoi se veía amenazada, fue cuando el Círculo envió
a los exploradores invisibles. El grupo de hostigadores de élite del pueblo de
Rivera.
Los piratas formaban la tripulación de dos
barcos de tipo trirreme, apenas si contaban con cuatrocientos efectivos en
total. Se repartieron por la costa en grupos de asalto que al terminar sus
correrías volvían hasta la orilla y embarcaban el fruto de su pillaje. De este
modo los escasos cien efectivos que se enviaron para detenerlos, se limitaron a
cortar el paso a los grupos aislados en su retorno hacia las naves.
Al principio esta técnica funcionó. Las
habilidades de camuflaje de los exploradores de Rivera eran admiradas incluso
por militares profesionales de otras ciudades y, en su entorno, eran letales.
No era por cualquier cosa que se les denominara invisibles. A diez
pasos escasos de distancia uno no era capaz de detectar una patrulla completa
de exploradores. Esto les permitía caer sobre grupos mayores que ellos
masacrándolos en pocos segundos sin que estos apenas supieran lo que estaba
pasando, o desde dónde les atacaban.
Las azagayas propulsadas desde la floresta
acertaban con precisión allá donde el explorador quisiera mandarlas y el
enemigo, rara vez podía reaccionar a un ataque si de un momento para otro su
pecho se había convertido en una especie de alfiletero gigante y burbujeante de
su propia sangre.
El problema fue, que quien fuera que dirigiera
a aquellos piratas, no era ningún marinero bisoño. Se olió la tostada en cuanto
dejaron de aparecer los grupos que se habían enviado a la zona próxima al
bosque Siksikan. De modo que puso una trampa.
Mandó nuevos grupos de saqueadores hacia el
interior, pero esta vez mandó además a
todo el grueso de la marinería en un apretado pelotón que avanzaba cauto a la
espera de una señal, de este modo, el grupo que fuera atacado, no tenía más que
pedir ayuda con un toque de cuerno y los piratas armados hasta los dientes y
esta vez, alerta, caerían como una exhalación sobre los desprevenidos
exploradores que pasarían de cazadores a presas sin siquiera saber cómo.
Y así sucedió. Los exploradores fueron
asesinados casi en su totalidad, los pocos infelices que fueron capturados con vida
fueron empalados en la orilla. Cesio, su antiguo jefe, huyó tierra adentro con
un reducido grupo de supervivientes, entre ellos casualmente se encontraba
Zadic. Durante días permanecieron aislados en el bosque. Los más de trescientos
piratas que quedaban peinaron el terreno en dirección oeste una y otra vez. No
querían dejar a nadie que diera la alarma o pidiera refuerzos. Finalmente
dieron con ellos. El grupo de exploradores de apenas diez miembros se dispersó
presa del pánico. Algunos, Cesio incluido, cayeron bajo el plomo disparado por
arcabuces y espingardas piratas, los que no, corrieron como locos al interior
de un bosque que acabó engulléndolos.
La partida de exploradores invisibles enviada
por el círculo a detener a los piratas había sido destruida.
Y aquí es donde entró Zadic en acción y se
ganó sus laureles. Aprovechando sus habilidades de camuflaje, y presintiendo
cercana la batida de los asaltantes, se
ocultó en lo alto de un frondoso olmo. Dejó pasar a los piratas por debajo de
su posición; estos iban avanzando en apretadas filas una detrás de la otra y
tras ellos, su jefe avanzaba tranquilo y despreocupado dando órdenes medio
borracho de victoria y vino clarete. Su oportunidad llegó cuando el exceso del
alcohólico líquido buscó una salida de la sobrecargada vejiga del capitán. Este,
sabiéndose seguro, pues el enemigo huía a la desbandada y por tanto, había
perdido cualquier posibilidad de contraataque, se acercó a un viejo fresno, se
abrió los calzones y comenzó a mear con un suspiro de placer. Zadic descendió
del olmo silencioso como una serpiente. Nadie quedaba tras él. Avanzó ligero entre el follaje del sotobosque
y se situó tras el pirata que continuaba concentrado en su micción. El cuchillo
de Zadic se apoyó con un parpadeo en el miembro viril del desprevenido jefe
pirata. Este, cuyo caliente chorro de orina se había cortado de golpe quedó libido
por el terror —hola capitán, disculpe si no estrecho su mano —el explorador
susurraba las palabras a escasos centímetros del oído del aterrorizado pirata
—ahora, os situaréis detrás de aquellos helechos, llamaréis a vuestros
contramaestres y les daréis orden de detener la búsqueda y de acampar algo más
adelante, y lo haréis de manera creíble, entre otras cosas porque yo estaré
agachado con mi cuchillo junto a vuestra asquerosa polla.
Mirad el cuchillo, ¿lo veis?, por lo general
cuando no tengo nada que hacer me suelo dedicar a afilarlo una y otra vez, le
paso una fina piedra de esmeril que siempre me acompaña con movimientos lentos
y pausados, una y otra vez, una y otra vez, eso hace que la hoja pueda cortar
un cabello al bies sin el más mínimo esfuerzo, y, ¿sabéis algo?, últimamente he
pasado mucho tiempo desocupado esperando a las ratas que van por allí delante,
podéis comprobarlo vos mismo —súbitamente, presionó le hoja del cuchillo contra
el glande del capitán, que, presa del pánico había reducido su tamaño hasta
poco más que el de una almendra, la sangre brotó junto con un quejido del pirata que temblaba de pies a cabeza como una
hoja ante la sola idea de que el loco explorador decidiera terminar con su
hombría de un solo tajo —pues bien, haréis lo que os digo, y si algo me suena a
petición de auxilio, o no me resulta convincente lo que decís, o algún gesto de
vuestra jodida cara de perro me suena a señal o código o algo por el estilo, la
próxima vez que meéis será sentado en cuclillas como las zorras, ¿me he
expresado en un lenguaje que comprendáis?, si es así, asentid —el capitán
asintió al tiempo que tragaba saliva —muy bien pues, caminad entonces hacia
esos jodidos helechos y no hagáis ninguna estupidez.
Se situaron tras las frondosas ramas de un
verde vivo que ocultaban tras de ellas todo de cintura para abajo. Zadic, en
cuclillas, permanecía tras el capitán con la punta del cuchillo presionando sus
genitales, el otro miró en torno y reconoció a un marinero.
—Tu Flavio, avisa a los demás, vamos a dormir
aquí, esas ratas deben andar escondidas por esta zona y con esta oscuridad ya
no podemos volver a los barcos. Montad un campamento. Que nadie se despiste u
os haré azotar.
—Si capitán, ahora
mismo, pero no sería mejor seguir la búsqueda, esos pobres diablos no deben
andar muy lejos —el capitán cambió a un tono menos amigable —Flavio, el día que
un desertor del ejército Aurelio me de consejos sobre cómo perseguir a unos
pocos pescadores podré pensar tranquilamente en retirarme. ¡Haz lo que te digo
si no quieres pasar toda la noche de guardia! —el marinero salió corriendo en
pos de los demás mientras gritaba las órdenes a todo el que le oyera. Zadic se
levantó despacio. El capitán respiraba con agitación —bien hecho capitán, me
habéis sido de gran ayuda. Espero que no me guardéis rencor por esto —sin
mediar palabra, pasó el afilado cuchillo por delante del jefe pirata, en un
parpadeo, la sangre manaba a chorros de su garganta que, abierta como una
granada madura, gorgoteaba con el sonido del vino que escapa a presión de un
pellejo agujereado. Se desmadejó frente a Zadic con los genitales todavía fuera
del jubón. El explorador se movió con rapidez. Arrastró el cuerpo en silencio y
lo ocultó tras unas raíces, esparció hojarasca sobre cuerpo y sangre vertida
hasta hacer desaparecer todo rastro y sigiloso, desapareció de la zona mientras
el tumulto provocado por los piratas que se aprestaban a acampar, crecía cerca
de allí.
Corrió en dirección norte hasta el pueblo de
Rivera, los pulmones le ardían en el pecho con cada zancada, finalmente llegó
hasta sus puertas. Una vez dentro informó de la situación, reclutó un nutrido
grupo de exploradores, embarcó con ellos en dos gabarras y con un suave viento
de popa que les empujaba desde septentrión descendió hasta las naves piratas
que, fondeadas a un cuarto de milla escaso de la orilla, se mecían proa al
norte con apenas unos pocos centinelas en cubierta.
Abordaron los trirremes sin precisar del
sigilo esta vez. Mataron a todos a bordo y tiraron sus cuerpos bajo el sollado.
El paso siguiente fue sencillo.
El grupo de piratas que en tierra montaba el
campamento había localizado el cuerpo del capitán, pues, ausente este, se
temieron lo peor y batieron el bosque en su busca. Una vez vista la situación y
sin una cabeza visible, los contramaestres dieron orden de volver. Poco se
esperaban el recibimiento que les aguardaba en la cubierta de sus propios
buques, ya que, una vez retiradas las gabarras de la vista y, vistiendo a
algunos exploradores con la ropa de los vigías asesinados, nada sospecharon de
la trampa hasta que al acercarse suficientemente con los botes a los costados
de las naves que crujían con el leve oleaje, fueron fulminados por un fuego de
metralla vomitado desde las culebrinas de babor convirtiéndoles en poco más que
una pulpa sanguinolenta. Quienes no murieron tampoco pudieron llegar a la
orilla, una nube de marrajos atraídos por la sangre de sus camaradas caídos se
encargó de ello.
Es así como Zadic se convirtió en el único
superviviente de la primera batida y en heroico comandante de la segunda, que,
sin una sola baja, acabó con todos y cada uno de los piratas que habían asolado
el litoral de Rivera en las últimas semanas. Para más gloria, dos trirremes capturados
en perfecto estado y armados hasta los penoles, todo el botín acumulado por los
piratas y la tranquilidad que otorga el poder volver a faenar los caladeros sin
miedo a los dos navíos que habían sembrado de muerte el mar a su paso.
Ese fue el origen de la fama como guerrero de
Zadic, su ascensión inmediata a Jefe de los Exploradores Invisibles y el motivo
por el cual se había convertido en el ojito derecho del Círculo, el guerrero
admirado por los hombres, y el amante codiciado por las mujeres.
Por su parte Kapheli se tuvo que conformar con
vivir a la sombra de la gloria de su hermano mayor, que, lejos de proporcionar
apoyo y ayuda al pequeño, se aseguraba de que este no destacara demasiado y
restara lustre a su inmaculada fama como jefe explorador.
Así pues el día en que Zadic volvió a ser
nombrado comandante, un hondo rencor nació en el menor de los hermanos, que,
hastiado por ser dejado siempre de lado, desesperaba buscando el modo de
conseguir una oportunidad con la que demostrar su valía y obtener merecido
reconocimiento.
Y la oportunidad se la sirvió el propio Zadic
en bandeja mucho antes de lo esperado.
La noche de su nombramiento, todos salieron a
celebrarlo. Zadic, como siempre, bebía a alarmante velocidad sin prestar
atención a su hermano pequeño, que vertía en el suelo discretamente cada vaso
que Zadic le ofrecía y dejaba que este trasegara jarro tras jarro hasta que el
evidente estado de embriaguez del mayor fue suficiente para iniciar su plan.
—Oye Zadic, entonces
te gusta Yalina ¿no?
—bueno, como
cualquier otra zorra con buen culo, aunque hay que decir que de tetas no es que
ande muy servida.
—te digo esto porque
al parecer tu si le gustas a ella, y me dio a entender que, si querías, te
esperaría en tu casa esta noche —Zadic soltó una carcajada —sabía que en el
fondo le gustaba, son todas iguales, se hacen de rogar pero la realidad es que
están deseando que les metas la polla— Kapheli continuó hablando al oído de su
hermano —¿y porqué no vas ahora que aún no estás demasiado borracho?, tu casa
no dista mucho de aquí. Yo podría acompañarte si quieres —Zadic sonrió con una
libidinosa expresión en el rostro. Ya percibía otra muesca en su cinturón y la
perspectiva no le resultaba en nada desagradable —vayamos pues —dijo
levantándose de súbito, si bien el exceso de vino le obligó a apoyarse de nuevo
en la mesa.
Recorrieron haciendo eses las calles, apoyados
el uno sobre el otro y cantando a voz en cuello canciones tabernarias. Zadic
refería de vez en cuando las obscenidades que tenía en mente para con la joven
que en apariencia le esperaba a escasos metros. Una fuerte tormenta eléctrica
tronaba entre fogonazos que iluminaban fugazmente la noche, Zadic se quejó
—mierda, mañana volverá la lluvia, como esto siga así me van a salir setas en
los cojones —el hermano le respondió con una socarrona sonrisa —conociendo tu
poco amor por el baño seguro que esas supuestas setas hace mucho que te
acompañan —los dos rieron cómplices la chanza. De este modo, entre bromas y
canciones llegaron a la casa. La puerta principal estaba cerrada. Zadic la
aporreó con saña —Yalina, abre, aquí estoy, como querías, vete abriendo las
piernas que te voy a hacer olvidar a este pequeño bastardo, ¡Yalina!— Kapheli
le instó a bajar la voz— Espera, no seas bruto, ella no ha podido abrir la
puerta, no tiene llave, me dijo que entraras
primero y ella vendría con discreción en cuanto te viera pasar, no quiere que
le vean entrando en tu casa y que todos sepan que ha yacido contigo —Zadic rió
ebrio —pero si al final se van a enterar, pienso decirlo a la menor ocasión —el
hermano pequeño le insistió —de todos modos será mejor que entres y esperes,
ahí enfrente la gente nos mira con cara de pocos amigos —Zadic se desembarazó
de su hermano —que les jodan, hoy yo follaré y ellos no, ¡volved a vuestras
miserables vidas, pescadores!— gritó entre vahos de alcohol —hermanito, gracias
por todo, la verdad es que pensé que me guardarías rencor por habérmela
intentado tirar esta mañana, pero veo que eres mejor de lo que pensaba. A
partir de aquí seguiré yo solo, aunque te quiero, no quiero tenerte cerca
cuando me la esté tirando, confío en que lo entenderás —entre risas Zadic
intentó en vano acertar con la llave en la cerradura de la ostentosa casa en la
que vivía. Kapheli, terminó el trabajo por él y una vez el mayor había entrado en dirección al
dormitorio, cerró con un fuerte portazo, se guardó las llaves y se alejó
visiblemente calle abajo para desaparecer entre las sombras que la luna
proyectaba desde los aleros de los tejados.
Zadic llegó al dormitorio y al tercer intento,
consiguió quitarse una de las botas, con un estruendoso batacazo y una
maldición, cayó al suelo al intentar quitarse la otra Desistió al poco, y mientras sus ojos se
acostumbraban a la escasa luz con que la luna iluminaba la estancia, se
arrastró hasta la cama y se tumbó en ella.
—¡Yalina!, ¡Yalina
ven aquí!, tu heroico guerrero ya ha llegado —Con una mente dominada por el
vino, pensó que la joven estaría al caer de modo que, divertido, decidió darle
una sorpresa y esperarle tumbado como estaba en la cama. Se desnudó no si
esfuerzo y excitado por la promesa de un buen revolcón, se quedó dormido entre
ronquidos con olor a vino. Al poco una sombra silenciosa se coló por la ventana
que daba al dormitorio.
Al día siguiente la lluvia caía de nuevo y
corría con fuerza por las embarradas calles de la ciudad. Yalina, que dormía
arrebujada entre las mantas refugiándose de la fría humedad vio sobresaltada
cómo cuatro exploradores invisibles entraban en tromba hasta su dormitorio y la
maniataban medio desnuda como estaba. Le arrastraron entre insultos de una
chusma que se agolpaba bajo la lluvia y les seguía en una procesión que llegó hasta
la plaza de la casa consistorial. Una vez allí le tiraron al suelo rodeada por
la enfervorecida multitud que pedía su muerte entre insultos y salivazos y
cuyos ánimos no parecían enfriarse con la pertinaz cortina de agua que les
envolvía. Yalina no sabía qué pasaba, nadie le había dicho aún porqué estaba
allí.
Pasado un interminable intervalo de tiempo,
apareció por fin entre la multitud un sombrío Kapheli precediendo a los
miembros del círculo. Caminaba pausado mientras el gentío le abría paso amontonándose
a sus flancos. De este modo arribó hasta una temblorosa Yalina que,
esperanzada, confiaba en que su antiguo instructor le diera alguna explicación del
porqué de todo aquello. Kapheli con una visible mueca de desprecio se situó
frente a ella e hizo acallar a la chusma.
—Ciudadanos de
Rivera, calmaos. Guardad silencio os lo ruego. Sabéis todos porqué os hemos
traído aquí si bien no he de ser yo quien hable, ya que el dolor que me embarga
en estos momentos no haría más que encender vuestros corazones y no deseo
influir en el justo juicio de nuestro amado Círculo. Si el amor que profesaba
por mi querido hermano es de todos conocido, más dolor me causa que su muerte
haya venido de aquella en quien deposité mi confianza y reconocimiento. Cuán
amargo no habrá sido para mí el enterarme de que la vil mano ejecutora utilizó
además para su crimen el propio cuchillo que con tanto orgullo le obsequié. Qué
cruel mente podría siquiera planear algo tan morboso y vil. Es algo que por
mucho que me repita no alcanzo a comprender: la persona en la que mi respeto y
amor fueron depositados, mató a mi propio hermano con el mismo cuchillo que le
fue entregado en prenda de tal cariño.
Acaso lo hizo riéndose de mi propia
ingenuidad. Eso es algo que desconozco, pero si os solicito, oh venerados
gobernantes, que la juzguéis con justicia y en vuestra sentencia no utilicéis
mi dolor para tratarle con excesiva severidad. Ahora callaré para que los
amados miembros del Círculo hablen.
El portavoz de los miembros del círculo, un
anciano de corto y cano cabello llamado Alabutar Parah se adelantó y se situó
frente a la aturdida Yalina que nada comprendía.
—Yalina hija del
difunto Yruni. Esta madrugada del vigesimotercer día de primavera del año 613
desde que el Santo Mulahj viniera a caminar con nosotros los mortales, el
asistente del que fuera jefe de los exploradores invisibles y nuevo comandante
en jefe de Rivera, encontró al mismo degollado en su propia cama, junto a él,
el cuchillo que su propio hermano te había obsequiado como prenda por tus
logros como exploradora, aparecía manchado de la sangre del difunto Zadic, al
que los Doce otorguen la vida eterna. Por si esta prueba no fuera suficiente,
entre las ropas del comandante asesinado, pudieron encontrar una bandana. Bandana
que todos aquellos exploradores a quienes se les ha preguntado afirman sin
lugar a dudas te pertenece. Encontraron las llaves de la casa de Zadic cerca de
tu casa, ni siquiera estaban ocultas pues fácilmente las hallaron arrojadas
entre la maleza de alrededor. Pero aún hay más, testigos presenciales, afirman
haber visto en la noche de ayer al propio Zadic gritar tu nombre a las puertas
de su casa y también desde el interior de ella. Por todos estos testimonios y
pruebas, consideramos que hay razones más que suficientes para creerte culpable
del asesinato del Jefe de exploradores. No obstante, en atención a la petición
del propio Kapheli, hermano del finado, te damos uso de la palabra para que
intentes argumentar algún motivo que nos haga cambiar el veredicto. Habla pues
ahora y que sea este alegato tu salvación o tu fin.
La mente de Yalina funcionaba en estos
momentos a velocidad vertiginosa. Hacía retrospectiva de los últimos días y no
podía creer lo que sucedía. Nada hecho por Kapheli había sido al azar. Él sabía
que el círculo se reuniría, sabía que nombrarían a Zadic comandante y de este
modo escenificó toda una urdimbre de falsas pruebas, asegurándose de que todas
y cada una de ellas hubieran sido bien identificadas por testigos. Se había
asegurado de que vieran a ambos hermanos beber y reír juntos, de que vieran
cómo regalaba su cuchillo a Yalina, de que la bandana utilizada como prueba
fuera conocida por todos. La trampa se había cerrado y le había pillado
completamente desprevenida. El muy rastrero lo había planeado todo, con Zadic
fuera de juego, sólo una cabeza visible quedaba para comandar el inminente
ataque al clan del hacha mellada, pero faltaba algo clave, un motivo, Yalina no
tenía motivos para matar a Zadic, ¿porqué hacerlo entonces?, creyendo encontrar
en ello la clave de su exoneración se dirigió así a los miembros Círculo —mis
señores, respondedme a esto si es que podéis, ¿por qué iba yo a matar a Zadic?,
¿qué ganaría yo con ello?, nada me relacionaba con el salvo mi pertenencia al
cuerpo de exploradores, su muerte en bien poco podría beneficiarme, no
obstante, de todos es sabido que si que había alguien que se beneficiaría
enormemente de la muerte del mismo y no es otro que su hermano pequeño Kapheli —un
murmullo de indignación surgió de entre los presentes rápidamente acallado por
el portavoz —¿o no es cierto acaso que el cargo de comandante de los
exploradores pasará a sus manos dadas las nuevas circunstancias?, en lo
referente a las pruebas que presentáis contra mí son todas parte de un taimado
plan para deshacerse de Zadic como obstáculo hacia la ansiada comandancia. La
daga cuya propiedad me atribuís no es tal, pues si bien es similar, la que
Kapheli me obsequió se encuentra en estos momentos en mi casa, mandad a alguien
a buscarla y lo comprobareis. La bandana por el contrario si es mía. Mía lo fue
hasta que se la obsequié a Kapheli como prenda de fortuna. Por otro lado, cómo
llegaron las llaves hasta mi casa no es difícil de entender, cualquiera las
podría haber dejado allí después de cometer el asesinato con clara intención de
incriminarme, sólo la causa por la que
Zadic gritara mi nombre en su casa me es desconocida, pero de buen seguro que
Kapheli algo tuvo que ver —los murmullos de la plaza crecieron hasta que
Kapheli tomó la palabra —miembros del Círculo, de todos es conocido el profundo
amor que sentía por mi hermano, todos nos habéis visto salir de batida juntos,
guerrear, volver victoriosos y beber hasta hartarnos para celebrarlo. Porqué me
pregunto iba yo a mudar mi amor hacia él de un día para otro y cambiarlo todo por
un simple cargo pasajero. Si ha de servir para esclarecer mi inocencia y
demostrar quién es el verdadero culpable, desde ahora renuncio a mis
aspiraciones a ese cargo. ¿Acaso soy yo alguien capaz de matar a mi propio
hermano por algo tan nimio? —de entre los presentes comenzaron a surgir indignados
gritos de negación y vítores a Kapheli como nuevo comandante —¿acaso los que me
conocen puedan decir que no profesaba un profundo amor por mi hermano? pues fue
además por ese amor que nos unía por el que no hace mucho me confió que había
estado frecuentando a Yalina, y que esta le acusaba de haber quedado encinta
como fruto de sus encuentros, que desesperada por la negativa de Zadic de
reconocer al bastardo había amenazado con matarle. Todos aquí conocían la afición
de mi hermano por las mujeres y su desmedida pasión por todo aquello que
tuviera que ver con faldas —una risa de complicidad creció por toda la plaza —pero
desde aquí os pregunto ¿acaso es causa suficiente para matar a un hombre?, si tan
segura estaba de que la semilla era de Zadic, porqué no acudió pues al Círculo
para solicitar justicia. La respuesta la encontrareis de inmediato y está en
que al mismo tiempo que frecuentaba el lecho de mi hermano, acudía en secreto al
mío, por eso, porque no sabía quien era realmente el padre, intentó chantajear
a aquél de los hermanos que más éxito había obtenido, intentando asegurarse con
ello un porvenir reposado. Y como prueba de lo que digo aquí os muestro algo
que disipará vuestras dudas. Efectivamente la daga que obsequié a Yalina tenía
una hermana gemela, pues para dos hermanos se hicieron si bien uno nunca llegó
a poseer la suya. Esta es la hermana de la daga que mató a Zadic —y diciendo
esto extrajo de su camisa la misma daga que dos noches antes obsequiara a Yalina.
Poco le había costado colarse en casa de la guerrera aquella misma mañana al
poco de ser prendida por los exploradores. El golpe de efecto fue demoledor. La
chusma enfervorecida empujaba el delgado cordón de exploradores que impedía un
linchamiento en la misma plaza.
Yalina se derrumbó entre lágrimas. Ya daba
igual. Kapheli había ganado. Se sometió a su destino con la única esperanza de
que todo acabara pronto. El anciano portavoz hablo de nuevo —Yalina hija de Yruni,
no hay pues necesidad de oír más, los miembros de este venerable consejo te
consideramos culpable. Morirás en el amanecer del tercer día a partir de hoy y
la muerte será en nasa. Tu cuerpo será sumergido hasta el cuello en una trampa
para peces, tus extremidades serán abiertas con cuchillos para que la sangre
brote de ellas y tu carne será devorada hasta que mueras por los carroñeros y
depredadores que pueblan nuestra costa, si es que ellos quieren alimentarse de
tu depreciable carne —en ese momento Kapheli habló por última vez dirigiéndose
al consejo —venerados miembros del consejo y ciudadanos de Rivera, si me lo
permitís quisiera hacer una petición como hermano del difunto Zadic y como afectado
directo por este crimen —perplejo el anciano le invitó a seguir —os solicitaría
una merced poco común, pero no es para la asesina de mi hermano, sino para el
niño que crece en su interior, pues si bien no sabemos si es vástago de Zadic o
mío, no es menos cierto que sería
injusto condenar tan gravemente a la criatura por el delito de su madre. Os
solicito pues mudéis la pena de muerte en nasa por la de destierro, dando pues
así la oportunidad al posible descendiente de Zadic de convertirse en un hombre
de honor pese a la desafortunada suerte que le otorgó tan despreciable madre
—todos aclamaron el gesto de Kapheli, alababan su buen corazón y de nuevo le
llamaban comandante entre vítores, finalmente, y tras consultar con los demás
miembros del Círculo, la voz del portavoz se dejó oír —así sea, en atención a la misericordiosa petición
de nuestro querido Kapheli, condenamos a Yalina-Yak a la pena de destierro de
por vida bajo pena de muerte en caso de incumplimiento y la pena se hará efectiva
de inmediato. Si alguien viere a la rea a menos de cien leguas de nuestra amada
ciudad la sentencia anterior será ejecutada. Que así se cumpla en nombre de los
Perfectos. Vilye av villije.
—Vilye av villije
—respondieron todos al unísono.
Y en estas se vio Yalina. Cerca de dos horas
después era escoltada por sus antiguos compañeros hasta el camino que corría hacia
el sur por entre el bosque Siksikan. Todos la miraban con desprecio en la
silenciosa marcha. Ni siquiera le dieron sus armas. Apenas una daga roma y algo
de ropa con que cubrirse fue el avituallamiento que pudo conseguir, sorprendentemente
también le devolvieron su bandana, quizás para poder reconocerla si se acercaba
de nuevo a la ciudad.
Ahora era Yalina la desterrada. Yalina-Yak
sería ahora su nombre. Maldita, vilipendiada, humillada y traicionada. Eso es
lo que más le dolía, la traición.
Con esos negros pensamientos en mente descendía
por el embarrado camino que llevaba a Rihus. La tarde comenzó a caer, el día
había transcurrido rápido bajo la incesante lluvia pero a ella le parecía que
había durado una eternidad. Su vida había cambiado de la noche a la mañana y un
incierto futuro se abría ante sus ojos entre la gris cortina de agua que le
envolvía.
Estaba hambrienta, un calambre en el estómago
le recordó que no había comido nada desde la noche anterior. Al menos de sed no
moriría, eso seguro. Se adentró en el bosque dejando atrás el lodoso camino.
Con suerte encontraría algún animal atrapado en el barro, aunque bien pensado,
ante la imposibilidad de encender un fuego en tan difíciles condiciones no
sabía si prefería encontrar nueces, bayas o raíces comestibles. La carne cruda
no era su plato preferido ni mucho menos.
Avanzó con cautela, más por costumbre que por
necesidad, pues el silencio no era necesario cuando toneladas de agua caían a
tu alrededor a cada segundo. Nada se veía a tres codos escasos y las sombras,
se desdibujaban cada vez más con el avance del sol hacia poniente.
Pasada una hora, quizás más, se encontraba
algo desorientada intentando averiguar dónde estaba el este, lamentablemente la
posición del sol era prácticamente indetectable con ese clima y bajo los
árboles, todas las sombras se proyectaban en la misma dirección, es decir,
ninguna.
Se sentó bajo el dudoso cobijo de un pino
negral cuyas gruesas raíces habían quedado al descubierto entre las
improvisadas torrenteras. La corteza de un ceniciento gris blancuzco era casi
invisible a esa luz. Cerró los ojos mientras el agua chorreaba de su cabello. Cubrió
su rostro con la bandana en un vano intento por abrigarse, al poco, el agua
lanzó desde las ramas una piña que cayó junto a sus pies. Desconfiada la
recogió para descubrir con cierto alivio un interior preñado de piñones
maduros. Quizás fuera poca comida, pero era mejor que nada. Se levantó en busca
de más piñas. Avanzó rastreando el suelo y recogiendo el en ese momento
preciado manjar que salpicaba aquí y allá el terreno flotando entre los
charcos, así en su búsqueda encontró una inesperada sorpresa. En un cepo, una
pequeña liebre muerta se veía atrapada por el cuello. Yalina decidió cogerla,
nunca se sabía cuándo volvería a comer y, si la carne no había comenzado a
descomponerse, y todo apuntaba a que no, esa comida podría ser la diferencia
entre la vida y la muerte. Uso la daga para liberar con un movimiento de sierra
al pequeño animal de la trampa.
Todo ocurrió rápido. Un lazo apareció desde la
profundidad del anegado terreno atrapándole los pies, su cuerpo subió a
vertiginosa velocidad hacia lo alto del pino en el que no hacía ni dos minutos
había estado sentada abriendo piñones con el pomo de la daga. Cerca de ella
sonó el fuerte chapoteo que hizo al caer el que probablemente sería el
contrapeso que la izaba hacia una muerte lenta. Desorientada, vio el suelo
alejarse de ella veloz mientras a la mortecina luz del ocaso, el paisaje giraba
difuso a su alrededor.
Intentó mantener la calma. El agua de la
incesante lluvia caía por su cuerpo para ir a morir a la bandana que le cubría
el rostro. Afortunadamente no había soltado la daga con el sobresalto y aún la
aferraba entre sus resbaladizos dedos empapados. Agotada por la desnutrición y
el cansancio de la jornada, extrajo fuerzas de la desesperación para
incorporarse hasta, con la mano libre, poder aferrar la soga que le atrapaba
los tobillos. Lo consiguió al tercer intento. Comenzó a serrar la soga con
cuidado, pues, si esta se seccionaba por completo y ella caía al vacío desde
una altura que calculaba en más de diez varas, la muerte era más que segura. De
nada sirvió, por algún motivo la soga no se cortaba. Frenética y entre gemidos
de esfuerzo serraba el lazo de alrededor de sus tobillos para comprobar
desesperada que el filo de la daga era incapaz de penetrar esa endiablada
cuerda. Dolorida por la postura y extenuada por toda una jornada de infortunios,
se dejó caer bocabajo en toda su extensión. <<Hasta aquí había llegado
entonces Yalina>> pensó. Ya no sería exploradora, ya nos sería nada, sólo
un cadáver colgado de un pino como un jurel puesto a ahumar que se pudriría y
agusanaría bajo una cortina de agua. Y entonces una sombra en el suelo se
movió. Apenas si podía discernirla a la escasa luz del inminente anochecer. Una
forma humana parecía observarla, ella se mantuvo en silencio. Nada le indicaba
si la persona de allí abajo le ayudaría o le degollaría nada más tenerla a su
alcance, de modo que prefirió dejar que quien quiera que fuere tomara la
iniciativa. Y lo hizo, pero al hacerlo Yalina comprobó una vez más que los
Perfectos se estaban divirtiendo con la guerrera sometiéndole a todo tipo de
burlas, pues la figura de allí abajo se hundió repentinamente hasta el pecho
entre la profundidad de las raíces del mismo pino del que ella colgaba cuando
parecía que iba a liberarla de su trampa. Yalina en ese momento se desmayó exhausta.
Algo que en mitad de su sueño sonó a un
maullido le despertó. Debían haber pasado varias horas porque al volver a la
consciencia la sangre había bajado hasta su cabeza sometiéndole a un dolor
espantoso. Notaba la presión dentro de su cráneo a cada latido del corazón, por
suerte la mordedura del lazo en sus pies apenas era perceptible, la misma
sangre que le inundaba la cabeza apenas si llegaba a sus entumecidas y heladas
extremidades. No obstante, todas estas circunstancias pasaron a segundo plano
en cuanto miró hacia el suelo, una dramática escena se desarrollaba allí abajo.
La persona que la noche anterior había quedado
atrapada por el lodo seguía en su trampa, pero esta vez estaba acompañada. Un
enorme animal estaba frente al indefenso personaje de allá en tierra y daba la
impresión de aprontarse para el ataque. En un irreflexivo reflejo, Yalina lanzó
su daga contra la amenazante sombra animal que con un maullido de protesta
saltó ágil hacia un lado. La sombra en la raíz del árbol no tardó en reaccionar,
agarró la daga justo a tiempo para frenar el salto del veloz atacante que
ensartado contra la misma, yacía ahora sin vida a escasos centímetros de su
semienterrada víctima. Poco faltó a Yalina para convertirse a buen seguro en el
segundo plato del día de aquella mortal fiera.
En tierra, la otra sombra forcejeó para salir
de la lodosa trampa y, al cabo, Yalina aliviada se dio cuenta de que le estaba
dejando caer lentamente hacia el suelo, si bien a algo más de dos varas de
este, soltó de golpe su cuerpo que golpeó contra el embarrado terreno.
La guerrera rápidamente hizo acopio de su
determinación y se liberó de la soga que le laceraba como una mordedura los
tobillos. Dolorida y agotada se puso en pié y se enfrentó a quien aún no sabía seguro
si sería su liberador o su captor. Se acercó despacio, la escasa luz de la
mañana dibujó ante si a un enorme orco que sujetaba bajo la escasa lluvia
matinal la propia daga de Yalina en posición defensiva y, aliviada, reconoció
la cara de la enorme criatura que tenía frente a sí. Ahora comenzaba a
sospechar que los Perfectos habían trazado un plan para ella, que nada se
disponía al azar, pues el orco que le acababa de salvar la vida, era el mismo
que hacía un escaso par de días la guerrera había decidido no matar.